domingo, 10 de abril de 2011

LAS MUJERES Y EL LATÍN


LAS MUJERES Y EL LATIN


Manuel García Sesma
Mexico, 5 de octubre de 1952

Un buen día, la distinguida escritora francesa del siglo pasado, Madame de Girardin, con el desenfado que le daba su popularidad y su brillante posición social, lanzóse a despotricar contra el latín y sus cultivadores, atacando a los literatos que esmaltaban sus escritos con citas de los clásicos latinos.  No tardó en hallar la respuesta adecuada en la persona de un ilustre amigo suyo, el gran crítico y humanista, Desiré Nisard, quien le recordó la gran tradición humanista de la mujer francesa y el empleo universal de muchas frases latinas, en el prólogo de una obrita, dedicada a ella misma: un florilegio de locuciones latinas corrientísimas, acompañadas de su traducción y aplicación.  Por lo demás, la opinión de Madame de Girardin no era ciertamente una opinión aislada, sino la expresión de un estado de conciencia de las mujeres cultas de su tiempo.  Hay que convenir en que el latín ha perdido ciertamente el favor de la mujer cultivada moderna, que prefiere las lenguas vivas a las llamadas injustamente lenguas muertas.  Pero no ocurrió lo mismo en los siglos pasados; y la larguísima lista de mujeres ilustradas que no solo en Europa, sino en América misma, se distinguieron en el pasado como latinistas, constituye la prueba más concluyente de ello.  Hagamos, si no, un somero recuento histórico.

Es sabido que en Roma, a causa del carácter eminentemente masculino que tomaron su civilización y su cultura, no abundaron precisamente las mujeres eruditas.  Y sin embargo, no es difícil señalar a una buena pléyade de latinistas distinguidas. Luis Vives, en su conocido tratado "De institutione feminae christianae", cita entre otras, a Sempronia, de la que habla el mismo Salustio, aunque critique su ligereza de costumbres; a Porcia, hija de Catón el Censor, cuyo talento heredó; a Hortensia, hija del famoso orador Hortensio y tan elocuente como él, al decir de Valerio Máximo, habiendo demostrado precisamente su facundia al defender los derechos de las mujeres ante los componentes del Segundo Triunvirato; a Paulina, esposa del gran filósofo Séneca, al que ayudó en sus tareas literarias; a Pola Argentaria, mujer de Lucano, la cual corrigió y completó "La Farsalia", después de la muerte de su marido; a Zenobia, emperatriz de Palmira, que fue al mismo tiempo una distinguida historiadora; a Valeria Proba, notable poetisa cristiana, que escribió un centón de 700 exámetros sobre la vida de Cristo, imitando a Virglio; y a la virgen germana Hildegarda, "cuyas cartas y eruditos escritos - dice Vives - están en todas las manos".  Margarita Nelken, en su libro "Las escritoras españolas", continúa la lista de eruditas de la época romana, con las españolas: Helvia, madre de Séneca, a quien dedicó éste su famoso tratado "De consolatione ad matrem Helviam"; Claudia, Marcela, amiga y protectora del poeta epigramático Marcial; Teólfila, mujer del poeta Canio Rufo, que se distinguió como poetisa y filósofa estóica; Serena, mujer de Estilicán, y su hija, María Augusta, esposa del emperador Honorio, ambas distinguidas literatas.  Completemos, por nuestra parte, la lista, citando a Cornelia, la famosa madre de los Gracos, tan distinguida por sus virtudes como por su cultura, no solo latina, sino griega; a Afrania, famosa abogada, cuyo pleitismo incesante, provocó un edicto " qui feminis prohibet pro aliis postulare"; a Sulpicia, sobrina de Mesala Corvino, autora de las graciosas poesías incluidas entre los números 7 y 12 del libro IV del "Corpus Tibullianum"; a la emperatriz Agripina, mujer tan culta e inteligente, como carente de escrúpulos morales; a Plotina, esposa de Trajano, ejemplo de sabiduría y de templanza; a Julia domna, segunda esposa de Septimio Severo, mujer cultísima, amiga de Papiniano, Galeno, Diógenes Laercio, etc.; por cuyo encargo escribió Filostrato, en 220,. la "Vida de Apolonio de Tiana"; a Mamea, madre de Alejandro Severo, mujer tan ilustrada como morigerada, la cual hizo grabar sobre el portal de su palacio la conocida máxima: "Alteri non feceris quod tibi nolles fieri"; a Gala Placidia, hija de Teodosio el Grande, cuya escolta la componían hombres de armas, de letras y cantores; y a Fabiola, fundadora del primer hospital de enfermos, en Ostia, alabada cálidamente por San Jerónimo en su "Epistola ad Oceanum".

Cuando el Imperio Romano comenzó a desmoronarse bajo el empuje de los bárbaros y empezaron a levantarse sobre sus escombros monarquías bárbaras cuyos titulares no sabían ni firmar, en los palacios y en los monasterios florecieron mujeres cultas que se encargaron de conservar la llama de la civilización latina. Sirva de ejemplo la legendaria princesa Amalasunta, discípula de Boecio y Casiodoro, que en la Corte de Ravenna, departía en latín con los mensajeros del Senado Romano, y en griego, con los emisarios de Bizancio, en tanto que su padre, Teodorico el Grande, no sabía leer ni aprendió jamás a escribir su nombre.  Margarita Nelken anota entre las españolas, a Minicea, fundadora del primer monasterio benedictino en España y de su riquísima biblioteca; a Brunequiloda, hija del rey visigodo Atanagildo y mujer del rey de Austrasia, Sigibert, a la que el poeta Fortunato cantó como mujer "ingenio, vultu, nobilitate potens"; y a Santa Florentina, hermana y educadora de San Isidoro de Sevilla.

Cuando en plena Edad Media, se formaron las lenguas romances y el latín dejó de ser la lengua popular del Occidente europeo, las mujeres ilustradas continuaron sin embargo cultivándolo.

Por lo que se refiere a España, Margarita Nelken anota entre las religiosas medievales que sobresalieron como latinistas, a Santa Columba, superiora del monasterio benedictino de Tábanos y una de las más grandes eruditas de la Orden de San Bentio; a Santa Flora, mujer sapientísima, que inspiró a San Eulogio, el cual escribió de ella: "Primum igitur specie decoris et venustate corporis nimium florens virgo sanctissima Flora, sed interiori habitu florestissima"; y a Leodegundia, religiosa del monasterio de Bobacilla, que compuso la "Vetus collectio regularum monasticarum".  A su vez, el P. Enrique Flórez en su libro "Las Reinas católicas", destaca por su cultura - y entonces una mujer no era considerada como culta, si ignoraba el latín -, a la infanta Doña Urraca, hija de Fernando I de Castilla; a Doña Sancha, hermana de Alfonso V de León; a Doña Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla, de la que se conservan varias cartas dirigidas al Papa Gregorio IX; a la Condesa Doña Juana, ensalzada por su erudición en las crónicas benedictinas del siglo XIII; y a la Infanta de Portugal, Doña Blanca, por cuyo mandato, el rabbí Abner tradujo al castellano "Las batallas de Dios".

En Francia, las latinistas medievales fueron asimismo numerosas. Nisard cita entre ellas, a las célebres damas del Midi: Clemence Isaure - cuya personalidad, por lo demás, ha sido muy discutida por los eruditos -; Marie de Ventadour, Mabille de Villeneuve, la dama de Vence, la Vizcondesa de Tallard, Blanche de Catellane y Antoinette de Cadenet, las cuales brillaron en los Juegos Florales de Toulouse.  Por su parte, el Dr. Gustavo Pittaluga, en su obra "Grandeza y servidumbre de la mujer", agrega entre las latinistas francesas del Medio Evo, a Hildegarda, segunda mujer del Emperador de la Barba Florida, y a la hija de ambos, Berta, que se dedicó especialmente al cultivo de las letras, desposando al poeta palatino Angilbert.  Por lo demás, todas sus hermanas aprendieron asimismo el latín, en la célebre Escuela Palatina de Aquisgram, dirigida por Alcuin. Igual enseñanza recibieron las hijas de Carlos el Calvo, bajo la dirección del abad Rugibaud de Saint-Aimand.  También se distinguieron como latinistas Heloïse, la célebre amante del filósofo Abillard, cuyo "Epistolario" está escrito todo en latín; Leonor de Aquitania, reina de Francia y de Inglaterra, mujer culta y protectora de los trovadores, sobre todo, de Bernard de Ventadour; su hija Marie de Champagne, que inspiró a Christian de Toyes y a su capellán André le Chapelain, autor del libro "De arte honeste amandi", lleno de alusiones y de elogios de Maria y de su madre; y finalmente, a Violante de Bar, que se casó con Don Juan I de Aragón.

Otra reina de Aragón de origen extranjero, Violante de Hungría, mujer de Jaime I el Conquistador, sobresalió tanto por su belleza, como por su cultura.

También en Italia podemos anotar una notable pléyade de latinistas medievales del bello sexo: Santa Escolástica, hermana de San Benito de Nursia, y fundadora de los primeros conventos europeos de monjas en el silgo VI; la famosa Condesa Matilde de Toscana, amiga y protectora del Papa Gregorio VII, tan intrépida como culta, cuyo "Evangelarium" se conserva todavía en la Colección de Códices Medievales de Pie pont Morgan en Ne-York; Magdalena Bonsignori, doctora en Derecho de la Universidad de Bolonia, que escribió hacia 1350 el tratado "De legibus connubialis", a fin de documentar a las mujeres casadas para que hicieran valer sus derechos civiles frente a sus madridos; a Santa Catalina de Bolonia, tan notable humanista come pedagoga; a Santa Catalina de Siena, la famosa de Avignon y cuyo cenáculo artístico lo constituían el pintor Andres Vanni, los literatos Anastasio de Monte-Altino y Giácomo del Pécora, y los comentadores del Dante, Raimundo de Capua y Tomás de la Font; y en fin, la reina Juana de Nápoles, que hablaba el latín y el árabe, leía familiarmente el griego, y recitaba en su lengua a Homero y Virgilio y a los poetas italianos y provenzales.

Finalmente, en Alemania se distinguieron por la misma época como latinistas cuatro notables mujeres: Santa Walpurgis, sobrina de San Bonifacio y abadesa del monasterio benedictino de Heidenhyeim, introductora de los conventos en Alemania; Gesberga, sobrina de Othon el Grande y abadesa de Gandersheim; Roswitha, discípula de Gesberga en el mismo monasterio, que sin duda fue la mejor latinista europea de la Edad Media, siendo célebres su poema en exámetros "Carmen de gestis Ottonis I Imperatoris", la Historia del monasterio de Gandersheim desde su fundación en 919, escrita también en latín, y sobre todo, sus famosas comedias latinas de corte gerenciano, como "Dulcitius"; y finalmente Isabeau de Baviera, convertida en reina de Francia por su matrimonio con Carlos VI, mujer tan frívola como culta, pues hablaba el latín, el francés y el alemán, y era una infatigable lectora.

Como se ve, pues, durante la Edad Media, considerada en la historia de la cultura, como una época de tinieblas, las mujeres europeas supieron mantener encendida la antorcha de la civilización latina.

Naturalmente, al producirse a continuación la magnífica eclosión cultural del Renacimiento, caracterizada por la revalorización de la civilización greco-latina, las mujeres cultas no tardaron en figurar en la vanguardia del movimiento.  Las latinistas brotaron entonces por doquiera: en España y en Francia, en Alemania y en Italia, en Inglaterra y en Holanda. Su lista es numerosísima.  En Francia se distinguieron la reina Ana de Bretaña, que respondía en latín a los teólogos de su ducado y a los políticos del reino; la reina Isabel de Valois, mujer de Felipe II, que hizo notables traducciones del latín; y la reina Margarita de Valois, la cual, siendo todavía princesa, sacó de un grave apuro a la Corte de Charles IX, respondiendo en latín al Embajador de Polonia, que había venido a ofrecer la corona vacante de su país a Henri de Valois y que lo hizo en un hermoso discurso en latín que ninguno comprendió, a excepción de la Princesa.

En Inglaterra fueron notables latinistas las reinas María Estuardo, Maria Tudor e Isabel I, la cual lo mismo glosaba un texto latino con un cura de la "country", que citaba una frase de Cicerón a un embajador francés, muy versado en los clásicos.  Lo fue asimismo la infortunada Jane Grey, la que, no obstante su juventud no solo conocía perfectamente el latín, los clásicos antiguos y los Padres de la Iglesia, sino también el griego y varias lenguas modernas.   Por supuesto, también sobresalieron en la lengua del Lacio las tres hijas del gran humanista Tomás Moro: Margarita, Isabel y Cecilia, así como su prima Margarita Gigia, "quas pater dotctissimae ut essent curavit", al decir de Luis Vives; y finalmente Margarita de York, duquesa de Sommerset, que ayudo al impresor londinense Caxton a la impresión de los clásicos latinos.  En Holanda se distinguió como latinista una políglota extraordinaria María van Schurman, de la que se dijo como elogio, que "si desapareciesen de la tierra todos los idiomas, ella sola bastaría para hacerlos revivir."

En Alemania descollaron principalmente cuatro mujeres: la monja Alydis Raiskop, que renovó los métodos de educación en los conventos, imponiendo a las novicias el estudio de los clásicos; Richmonda von der Horst, abadesa de Seebach, que correspondía en latín con Tyrithemus y los grandes humanistas de su época; Charitas Pirkheiner, abadesa de Santa Clara de Nurenberg, que sostuvo asimismo correspondencia sobre temas de alta cultura con Christopher Scheurl, alberto Dürer y sobre todo, con Erasmo, que ejerció una gran influencia sobre ella; y finalmente, Margarita de Austria, tía de Carlos V y regente de Holanda, que, en su retiro de Malinas, escribía versos y leía a Erasmo.

En Italia, la mayoría de las mujeres brillantes que figuraron en las fastuosas Cortes del Renacimiento, fueron buenas latinistas.  en la de Mantua, lo fue la gran Duquesa Isabel de Este-Gonzaga, que adoptó como lema lafrase latina: "Nec spe nec metu"; así como su cuñada Isabel Gonzaga, mujer del Duque de Urbino, Guidobaldo de Montefeltro, que hizo de la pequeña ciudad la "Atenas de Italia", escribiendo Castiglione por su inspiración su famoso libro "El Cortesano".

En la Corte de Ferrara, lo fueron las Duquesas Leonor y Lucrecia de Este; Lucrecia Borgia, la célebre hija de Alejando VI; Leonor Sanvitale, condesa de Sandiano; Bárbara, condesa de Sala, así como las damas Tarquinia Molza y Lucrecia Bendidio.

En Florencia, casi todas las mujeres de la familia y de la Corte de los Médicis se distinguieron como latinistas.  Ejemplos: la misma madre de Lorenzo de Médicis, Lucrecia Rornabuoni; su nieta Maria Salviati, casada con Giovanni della Bande Nere; Clarice de Médicis, sobrina de León X y mujer de Filippo Strozzi, así como las amigas de Lucrecia Tornabuoni, Casandra Fedele, Cecilia Gonzaga, Isotta Nogarola y Antonia Pulci, las cuales alternaba con las grandes figuras masculinas del Renacimiento: Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola, Pliziano, Cristóbal Landino y otros.

Por supuesto, también fueron distinguidas latinistas las tres grandes poetisas del Renacimiento italiano: Gaspara Stampa, Verónica Gambara y Vittoria Colonna.  La corespondencia latina de Verónica con Bembo es de una rara agudeza y elegancia.  Otras latinistas notables fueron: Tecla de Borgia, sobrina de Calixto III cuya muerte fue cantada por Antonio Tridentone en su elegía latina: "Elegia in Teclam Borgiam morte acerba consumptam" (1459); Santa Catalina de Génova, bizieta de Inocencio IV, cuya divisa era: "Laborare et orare", y que haciendo honor a ella, creó en Italia la asistencia a los enfermos en los hospitales y escribió obras como el "Diálogo entre el cuerpo y el alma", " Tratado de Teología del Amor" y el "Purgatorio"; Julia Gonzaga, amiga e inspiradora de Juan de Valdés, que dialoga con ella en su "Alphabeto christiano", aparecido en Venecia en 1544; y en fin, la famosa cortesana Tulia de Aragón, que conocía perfectamente a todos los clásicos griegos y latinos.

En cuanto a España, la representación femenina del humanismo fue asimismo brillantísima, figurando a la cabeza: Beatriz Galindo, apodada "La Latina", camarera y maestra de latín de la reina Isabel la Católica, mujer tan notable por su sabiduría como por su virtud, hasta el punto de escribir sobre ella Lope de Vega, en su libro "El Laurel de Apolo":

"Como aquella Latina
Que apenas nuestra vista determina
Si fue mujer o inteligencia pura:
Docta con hermosura
Y santa en lo difícil de la Corte.
¿Mas qué no hará quien tiene a Dios por norte?"

Beatriz Galindo fundó el Hospital de la Concepción de Madrid y el monasterio de la Concepción Jerónima, en el que dirigió personalmente una especie de academia filosófica, escribiendo además obras tan notables como sus "Comentarios sobre Aristóteles" y sus "Anotaciones sobre escritores clásicos antiguos".

Tan célebre como Beatriz Galindo, fue Luisa Sigea, preceptora de la Infanta María de Portugal, hija del rey Don Manuel I, cuyas composiciones poéticas, principalmente el poema "Cintra", traducido modernamente por Menéndez y Pelayo, la colocaron entre los poetas latinos más elegantes.  Una célebre carta que dirigió en 1546 al Papa Paulo III, redactada en latín, griego, hebreo, árabe y siriaco, le dio una reputación europea.

Otras notables latinistas de la época en España fueron Ana Cervato, dama de la segunda mujer de Fernando el Católico, la cual mantuvo relaciones literarias en latín con Marineo Sículo; Ana Osorio, teóloga y poetisa, cuyos versos latinos fueron premiados en Alcala y Sevilla; Francisca de Nebrija, hija del célebre gramático Antonio, con quien colaboró en muchos de sus trabajos y a quien sustituyó más de una vez en su cátedra de la Universidad de Alcalá; Luisa Medrano, catedrática de humanidades de la universidad de Salamanca, notable como poetisa y filósofa, que mereció los más altos elogios del humanista Marineo Sículo, con el que, como Ana Cervato, sostenía asidua correspondencia en latín; Angela Mercader Zapata, de quien dice Luis Vives que era "incredibili ad monis generis litteras ingenii celeritate ac dexteritate"; Lorenza Méndez de Zurita, mujer de vasta cultura, pues era muy versada en latín, aritmética, música y retórica, siendo además notable poetisa, como lo acreditan sus "Himnos sacros" que alcanzaron gran fama, escribiendo de ella Lope de Vega en "El Laurel":

Que no era ya plautina
La lengua fecundísima latina;
Laurencia se llamaba,
Con tanta erudición la profesaba.

Se destacaron asimismo, como latinistas Ana de Girón, mujer del famoso poeta Juan Boscán, con el que leía los clásicos griegos y latinos, y especialement Homero, Virgilio, Cátulo y Propercio, dedicándole los más cálidos elogios Hurtgado de Mendoza y Garcilaso de la Vega; María Jesús Labrador, apodada "la Sabia de Coria"; Francisca de los Ríos, precoz latinista madrileña, que a los doce años, publicó una estupenda traducción del latín al castellano de la "Vida de la Bienaventurada Angela de Fulgino", dedicada a la Princesa Doña Isabel de Borbón; la misma Reina Isabel La Católica y sus cuatro hijas, sin excluir doña Juan La Loca, "cujus refertur, escribe Vives, ex tempore latinis orationibus, quae de more apud novos Principes oppidatim habentur, latine respondisse"; y en fin, Doña Mecía de Mendoza, hija del Marqués de Zenete y nieta del Cardenal Mendoza.

Al terminar el periodo renacentista, la afición de las mujeres cultas al latín fue decayendo, acentuándose esta decadencia a medida que comenzó a avanzar la Edad Moderna.  Sin embargo, no llegó a extinguirse por completo, bastando citar para ello algunos nombres ilustres: en Suecia, el de la Reina Cristina, amiga de Pascal y de Descartes y fundadora de la Orden del Amaranto a la que dio como divisa la frase latina: "Semper idem"; en México, a Sor Juana Inés de la Cruz, que compuso en latín deliciosos villancicos; en Francia, a la clásica epistológrarfa Madame de Sevigné y a la gran humanista Madame Dacier, traductora de Homero y figura importante de la histórica querella de los antiguos y modernos; y en España, a Isabel Rebeca Correa, que dominó por igual el griego, el latín, el francés, el italiano y por supuesto, el castellano, distinguiéndose además como peotisa; a María Isidra de Guzmán, recibida de doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Alcalá a los 17 años, y más tarde como miembro de la Academia Española y de la Sociedad Económica Matritense; a María Catalina de Caso, que dominaba seis idiomas, entre ellos el latín, fue notable música y pintora, y sobresalió en disciplinas tan alejadas de su sexo, como las Matemáticas y la Arquitectura militar; y en fin, a Doña Josefa Amar, hija del médico de Fernando VI, la cual poseía también perfectamente el latín, el griego, el italiano y el francés, fue miembro de la Sociedad Médica de Barcelona y de las Económicas de Madrid y Zaragoza, escribiendo, entre otras obras curiosas, la titulada "Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres"; aparecidas en 1786; lo que la convierte en una ilustre precursora del feminismo moderno.

Con lo apuntado, creo que basta y sobra para demostrar que el latín no ha sido ni es una disciplina de eruditos del sexo fuerte, sino también del bello.  Hoy día, el materialismo brutal que ha invadido la sociedad, tiende a alejar por igual a los hombres y mujeres estudiosos del cultivo de las disciplinas no utilitarias, como son las letras clásicas.  Pero hoy como ayer, a los ojos de todo hombre verdaderamente culto y refinado espiritualmente, el conocimiento de la lengua del Lacio y de sus grandes clásicos continuará siendo un bello adorno de la inteligencia de la mujer, como lo es de su cuerpo un collar de perlas o un brazalete de oro.






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