domingo, 10 de abril de 2011

EL REFECTORIO NUEVO DEL MONASTERIO DE FITERO: METAMORFOSIS


REFECTORIO MEDIEVAL
(DEBAJO DE LA BIBLIOTECA)

Todavía se conserva el recinto del refectorio medieval que sirvió de comedor a los monjes de la Abadía cisterciense de Fitero hasta las postrimerías del primer decenio del siglo XVII. Por supuesto, está horriblemente destrozado por los diversos usos y abusos de que fue objeto, especialmente a partir de la exclaustración definitiva de los frailes, a finales de 1835.

Se trata de un espacioso local rectangular de 20 metros de largo, 8 m. de ancho y 5 m. de alto. Es perpendicular al claustro bajo, en su galería meridional y, en el siglo XVI, tenía cinco puertas: dos al norte, una al sudeste, otra al nordeste y otra al poniente; casi todas actualmente cegadas. Su iluminación diurna estaba asegurada por 12 ventanales abocinados: seis al este y los otros seis, al oeste, de los que sólo resaltan hoy cinco orientales. En el muro interior del tramo cuarto de dicha galerlía, se observa una puerta cegada, en la que se abrió posteriormente una pequeña ventana conbarrotes, desde la que se ven los predichos ventanales del este. Por dicha puerta, se salía antiguamente a coger agua del inmediato pozo del jardín y también al lavabo en el que se lavaban los frailes las manos, antes de comer.

De acuerdo con el plano tradicional de los monasterios cistercienses la presidencia abacial del viejo refectorio debió estar pegada a la parte central del muro meridional del recinto, mientras que el púlpito del lector debió estar empotrado en el muro occidental, entre los ventanales centrales del mismo. A este viejo comedor se refieren, sin duda, dos pequeños trabajos, realizados entre 1585 y 1592, por el carpintero ensamblador, Diego Pérez de Vidargoz, consistentes en dos yugos pequeños para dos campanillas del Refectorio y en las soteras de las mesas (1).


REFECTORIO NUEVO (CINE CALATRAVA)

Pero pasemos a ocuparnos ya del Refectorio Nuevo. Según se desprende de la disposición 35 del total de las 49, tomadas por el Visitador del Monasterio, Fray Luis Alvarez de Solís, en 1571, el Refectorio Nuevo había sido ya comenzado en la 2ª mitad de la década de 1560‑70, durante el abadiazgo del calamitoso fraile y benemérito constructor, Fray Martín de Egués y de Gante (2); pero, aun cuando este abad vivió hasta 1581, no logró verlo terminado, porque el mismo Visitador pospuso su terminación a la de la sacristía, hospedería y dormitorio (3). Tampoco lo terminaron, en sus cortos espacios abaciales, el mismo Fray Luis Alvarez de Solís (1582‑85) y Fray Marcos de Villalba (1590‑91), y el que, por fin, lo remató fue Fray Ignacio F. de Ibero, durante su periodo abacial de 1592 a 1612. Ignoramos los nombres de los canteros que arrancaron los bloques de piedra de las Peñas del Baño y labraron los sillares, utilizados en esta construcción, así como el nombre del arquitecto que la planeó y dirigió: omisión esta última corriente en hs Anales del Cister, cuando se trataba de Hermanos conversos, entre los que hubo estupendos arquitectos y aparejadores de obras. En todo caso, sabemos los nombres de los artesanos que terminaron el Refedorio Nuevo e incluso las sumas de dinero que cobraron por sus trabajos. En el Archivo de Protocolos de Tudela, encontramos un contrato, firmado en el Monasterio, el 20 de febrero del año 1604, de una parte, por el Abad Fray Ignacio F. de Ibero y el fabriquero Fray Miguel Gil (se llamaba fabriquero al monje encargado del cuidado de la fábrica o edificio de la iglesia del convento), y de otro parte, por el arquitecto en madera, Esteban Ramos, vecino de Rincón de Soto, comprometiéndose éste a realizar toda la obra de carpintería del nuevo comedor. El contrato constaba de 14 cláusulas no numeradas, cuyo resumen esencial es el siguiente (las frases entrecomilladas están tomadas literalmente de la escritura original):

1) Ramos haría "los asientos, mesas y respaldos del Refertorio", rodeando todas las cuatro paredes con los dichos respaldos y asientos, excepto donde fuere menester puertas y ventanas".

2) Construiría 10 mesas: "cuatro a cada lado del Refertorio, una en el testero y otra en los pies".

3) Cada mesa tendría a cuatro pilares por pies y, en la parte de abajo, cuatro cajoncitos corredizos".

4) "A las mesas, por la parte de afuera, se les ha de poner una tabla con que se cubrirán los cajones".

5) "En el suelo ha de haber un estrado de medio pie de alto, y de ancho, lo que salga más de
la media mesa, porque en este estrado, han de estar asentados los cuatro pies de la mesa".

6) Las mesas tendrían "a nueve pies y medio de largo" (o sea, unos 2,70 metros de longitud) y serían de nogal.

7) En esta cláusula, se hacían algunas observaciones sin importancia sobre la hechura de
las mesas y el espacio que se dejaría libre entre ellas.

8) Los escaños y respaldos serían de pino y "en los respaldos hayan de llevar los tableros pilastras y frontispicios y pirámides, toda la labor y semblaje que esté en la traza".

9) Se harían dos puertas, "a los dos lados de la mesa abacial" y una ventanilla de comunicación con la cocina, con "sus semblajes y bastimiento; y en el bastimiento, su molduras".

10) "Los asientos tendrían 9 pies de altura (unos 2,36 metros), desde el estrado hast la cornisa, con el frontispicio".

11) El Monasterio suministraría a Ramos la madera necesaria aserrada, así como el clavazón y otros materiales, menos las herramientas.

12) Pors u obra, se pagarían a Ramos, a plazos, 400 ducados de a 11 reales en moneda de Navarra (4.900 reales de plata) .

13) La obra estaría acabada para finales de agosto o para septiembre de 1604.

14) Las mesa del testero y de los pies serían más largas, a ser posible, que las otras (4).



Al año siguiente de este contrato, se firmó otro el 7‑XII‑1605, por el nuevo fabriquero, Fray Bernado Pelegrin y los maestros de abañileria, Pedro Piziña y Baltasar de León, vecinos de Tarazona.  Consta de siete apartados:

1 ) Los dos oficiales de albañilería, con objeto de rebajar el suelo del Refectorio, "asi del viejo como del que se añade agregarían a las cuatro columnas que sustentan la bóveda y el edificio de arriba, "cinco cuartas de vara de medir paño, de piedra del Baño", de la manera que se detalla a continuación:

2) Si la parte del suelo en que se asentarían las basas de la columnas, no tuviese "fundamento firme", lo harian los oficiales, a costa de la fábrica;

3) Fray Bernardo Pelegrin les daria la madera necesaria, "para resçevir la máquina de arriba, que carga sobre las columnas";

4) Los oficiales abrirían en la pared d Refertorio, hacia la parte que cae a Patio", una ventana de tres cuartas en cuadro;

5) Traerían a su costa la piedra de las columnas y pondrían la cal necesaria, labrándolas y asentándolas, y harían andamio;

6) La obra se empezaría el lunes, 14 de Diciembre, continúandola sin interrupción.

7) El P. fabriquero fabriquero les pagaría en total 50 ducados de a 11 reales en m. de Navarra (550 reales de plata), abonándoles a cuenta diversas sumas, a medida que fuesen haciendo la obra y acabándoles de pagar el día en que la terminasen.

Firmaron la escritura como testigos Esteban Ramos, vecino de Rincón de Soto; Joanes de Arroqui, natural de Labayen; y Miguel Francés, de Villalobos (5). La obra estuvo terminada el 19 de enero de 1606, en cuya fecha les pagó el fabriquero lo que restaba de los 50 ducados.
  
En 1607, el piso del flamante comedor fue enlosado con azulejos, traídos por Juan de Arcos, vecino de Aguilar, quien, en una declaración lirmada el 4 de enero de dicho año, dice haber recibido por ello del fabriquero, Fray Bernardo Pelegrín, 400 reales de plata (6).

El Refectorio Nuevo tuvo, como el Viejo, un púlpito empotrado en el muro occidental, desde el cual el lector de turno leía, en voz alta, durante las comidas, pasajes de la Biblia y de los Santos Padres. Junto a la puerta, había una campana para llamar a los monjes a comer; y la presidencia abacial estaba cabe la parte media del muro meridional.
  
Con el transcurso del tiempo, el Refectorio Nuevo hubo de sufrir algunas reparaciones, como el derribo de una torre arrimada a él, así como el trastejado, de los que se habla en un contrato del 23‑V‑1635, firmado en el  Monasterio por el Abad, Fray Plácido del Corral y Guzmán y los maestros albañiles de Aldeanueva de Ebro, José y Juan Ruiz, para la construcción del corredor de Arquillo y de otras obras importantes, por un precio total de 2.500 reales, que se les iría pagando a plazos, conforme fueran trabajando, y "el día que acaben, fin de pago" (7).
  


EI RefectorioNuevo continuó ya sin arreglos ni cambios importantes hasta la expulsión definitiva de los monjes en 1835. Por eierto que, en el Inventario que se hizo entonces, se anotaron como pertenencias del comedor más de un centenar de objetos: entre ellos, 5 vidrieras, 11 mesas principales de pino, 6 bolellas, 12 pares de vinajeras, la campana de la puerta de entrada, 11 albornias (vasijas grandes de barro vidriado, a manera de tazones), 15 servilletas, 6 jarras, 11 manteles y otras pequeñas cantidades de efectos de uso corriente (e). Evidentemente no era toda la dotación del Refectorio; pero téngase en cuenta que, desde que Mendizabal dictó el famoso decreto de extinción de las órdenes monásticas, el 11 de ocubre de 1835, hasla el 13 de noviembre, en que se comenzó a realizar el Inventario, los monjes y sus allegados tuvieron tiempo de sobra para retirar ‑y no es un reproche, sino una explicación‑ todos los objetos que quisieron.
  
Durante los ocho años siguientes, el Monasterio estuvo prácticamente clausurado y el 15 de diciembre de 1845, don Juan Miguel Barbería se quedó con el Refectorio Nuevo, en subasta pública, por 400 reales de vellón (9). A continuación, el señor Barbería empezó a utilizarlo como almacén de los 1.092 robos de trigo anuales que comenzó a percibir del vecindario, como censor enfiyéutico perpetuo, obtenido el mismo año, en otra subasta anterior, celebrada el 26 de mayo. Fue la 1ª metamorfosis del comedor de los frailes.

Ya, a principios del siglo XX, el farmacéutico, don Fernando Palacios Pelletier, último administrador de los herederos de don Juan Miguel Barbería, transformó el almacén en teatro, con el nombre de Teatro Calatrava. Fue la 2ª  metamorfosis. Su estado era astroso y desastroso, por lo que, a comienzos del 2º decenio del siglo actual, lo puso en mejores condiciones, rebautizándolo con el nombre de Teatro Moderno. En el capítulo IX de nuestra MISCELANEA FITERANA, nos ocupamos de las compañías teatrales que desfilaron por su escenario. Pero he aquí que al Teatro Moderno le salió pronto un fuerte competidor: el Teatro Gayarre, construido ex‑profeso en el nº 99 de la calle Mayor e inaugurado en 1915. En consecuencia el Teatro Moderno pasó a mejor vida, o mejor dicho, a peor, convirtiéndosede nuevo en almacén; pero no del trigo de los censos de Barbería, sino de las yerbas medicinales, qus recogía, guardaba y trituraba, después de secas, el empleado Sixto Yanguas Grávalos, para la farmacia de don Fernando Palacios. Fue la 3ª  metamorfosls del Refectorio Nuevo de los monjes. En los comienzos de la década de los 50, sufrió un nuevo avatar, convirtiéndose en sala de baile, durante las fiestas de la Virgen de la Barda. Se trataba del famoso Salón Terpsícore ‑la musa de la danza‑, bautizado así por su nuevo propietario, don Fausto Palacios, heredero de su padre, don Fernando. Fue la 4ª metamorfosis. En 1953, el Teatro Gayarre, muerto ya su propietario sin sucesores directos, cerró definívamente sus puertas, y entonces don Fausto Palacios, al no tener ya competidor en este terreno, se decidió a erigir el Teatro‑Cíne Calatrava, que fue inaugurado el 10 de abril de 1955. Fue la 5ª metamorfosis del antiguo Refectorio monacal. Vale la pena señalar que, en esta transformación, se conservaron, como siempre, las paredes maestras y la bóveda antigua del Refectorio, reduciéndose, en el aspecto arquitectónico, a convertir en un vestíbulo con ambigú, la vieja cochera que se había adosado, en el muro sur, a la antigua cabecera del Refectorio; a levantar dos pisos nuevos sobre este vestibulo; a construir la fachada que da al Paseo de San Raimundo; a trasladar el escenario del Teatro Moderno, que, hasta entonces, había al sur del recinto, al muro norte del mismo; a abrir las puertas de acceso al vestíbulo y al salón, y a renovar el pavimento y el tejado. Se encargó de la albañilería Alfonso Fernández Ortega; de la carpinteria, Carmelo Fernández Vergara; de la pintura, Domingo Carrilb; de la escayolería. el tudelano José Calonge, y de la instalacón eléctrica, el corellano Copus Izal.



Mientras vivió don Fausto, el teatro‑cine Calatrava conoció un periodo de relativo esplendor y otro final de franca decadencia, por lo que, al morir don Fausto en enero de 1975, su viuda doña María Chivite, vecina de Cintruénigo, lo cerró y lo puso en venta. Pero pasaron seis años y pico sin que apareciese ningún comprador y entretanto se convirtió en un inmueble abandonado, tenebroso y sucio, en el que las ratas y los gamberros hicieron destrozos a granel. Fue la 6ª metamorfosis. Este periodo desastroso duró hasta 1981, en que el Ayutamiento de Fitero lo compró a la viuda de don Fausto, por 3 millones de pesetas, restaurándolo a continuacón. Esta vez, se encargó de la albañilería Jesús Sainz; de la pintura, José Andrés; de la carpintería, los hermanos José y Domingo Yanguas, y de la iluminación eléctrica, Jesús Ayala. Fue la7ª y úlima metamorfosis. Al menos, hasta hoy.

 NOTAS
 
1) Miguel deUrquizu, Protocolo de 1592, f. 495 y siguientes. A.P.T., Sección de Fitero.
2) A.G.N., sec. Monasterio‑Fitero, n º  404, 2º  Cuaderno, ff. 317 v: 321. Una copia testificada de estas Disposiciones, hecha porMiguel de Urquizu, el 28‑V‑1611, se encuentra también en el A.P.T.de este año.
3) Idem, ibidem, Disposición 35.
4) Miguel de Urquizu, Prot. de 1604, FF. 36‑37. A.P.T.
5) Idem, Protoc. de 1605, t. 67. A.P.T.
6) Idem, Protoc. de 1607, f. 27. A.P.T.
7) Idem, Protoc. de 1635, ff. 61‑62. A.P.T.
8) Celestino Huarte, Protoc. de 1835, Inventario del Monasterio, f. 129. A.P.T.

___________________________
Este texto fue publicado en la Revista Fitero (1990).


Gastronomía fiterana

Notas recogidas por Manuel García Sesma de Gastrononía Ribereña por Luis Gil Gómez, Pamplona, Artes Gráfica Pamplona, 1972.

Pimientos con farbeta.

“Farbeta es un pajarillo que picotea las moras (de árbol y de bardal), así como los higos; y que, por la primera circunstancia, lo llaman en Fitero moralica.  Para preparar el pimiento con moralica de Fitero, se toma un pimiento y una navaja o cuchillo. Se le corta la punta, procediendo luego a extraerle la semilla. Seguidamente se coloca en su interior uno o dos pájaros (farbeticas o moralicas), una vez desplumados y destripados.  Se pone así mismo en el interior del pimiento aceite, ajo, sal y perejil, y sin más requisitorios, se coloca sobre las brasas hasta que quede asado. Se da la circunstancia de que tanto el pimiento como el pájaro quedan asados en el mismo espacio de tiempo. Una vez desprovisto el primero de la piel y sin que acabe de enfriarse, se consume este asado excepcional que, a juicio de los experimentados, es el non plus ultra de la gastronomía” (pp. 19-20).

Patatas Manarro [1].

“Manarro” fue un popular personaje de Fitero que tenía horno público. Poseía una figura desarbolada y un genio áspero, pero se daba una maña especial, para conseguir el punto preciso y la razón ajustada de un asado..” (p. 25).

Un buen día, Manarro tuvo la ocurrencia de ponerse a inventar recetas de cocina y fruto de sus cavilaciones y aquilatadas prácticas son varios preparados que alcanzaron justa fama y que, resistiendo el paso del tiempo, todavía están vigentes en la villa fiterana.”

Los principales son tres: las patatas Manarro, el asado de carne Manarro y los caracoles Manarro en lata.

Las patatas Manarro.

Se preparan cortándolas a lo largo en dos mitades y practicando en sus caras interiores unas aberturas alargadas. Puestas sobre una bandeja se meten en el horno. Mientras tanto, se prepara una salsa mojando en un almirez ajo, guindilla, perejil y sal y echando el contenido en una taza de aceite.  Cuando las patatas están a medio asar, se sacan del horno y se depositan en las aberturas practicadas una cucharadilla de la salsa.  Se cierran las patatas y vuelven a meterse en el horno. Cuando se ponen doradas, se sacan definitivamente y se dejan enfriar lo preciso, consumiéndolas a continuación con unos buenos tragos de vino (p. 24).

El asado de carne Manarro.

Se prepara, poniendo en un tortero sopas de pan con algo de agua, aceite, ajo, sal, guindilla y perejil.  Sobre el tortero se cruzan unos sarmientos limpios, y sobre la malla que forman, se deposita la carne que se va a asar.  Previamente se hacen en ésta varios cortes, poniendo en ellos manteca.  A continuación, se mete al tortero en el horno, para que se vaya asando; y durante esta operación, tanto el jugo de la carne como la manteca van cayendo gota a gota e impregnando todas las sopas de pan, a través de la malla de sarmientos.  Resulta un asado ligero de mesa de príncipes” (p. 27).

Caracoles Manarro en lata.

“Para empezar, los caracoles no se lavan, sino que se frotan cuidadosamente con un paño de cocina y se  van depositando en la lata.  En el almirez se machacan ajos, guindilla, sal y perejil, echando después todo en una taza de aceite, como en la fórmula de las patatas. La lata de los caracoles pasa al horno, donde se van asando y, cuando han despedido algo de baba, se saca la lata y en el interior de cada uno de los caracoles se va poniendo con una cucharita una pequeña cantidad de la salsa elaborada. Terminada esta operación, los caracoles vuelven al horno donde acaban de asarse.” Es una receta originalísima y poco conocida.  Los caracoles preparados de estas manera son inmejorables” (p. 27).

Ranas en caldillo.

Es también un plato fiterano, pero no inventado por el Manarro.

Las ranas, después de limpias, se fríen en la sartén con aceite muy fuerte, con lo que quedan estiradas y duras, pudiendo quedar en la sartén, una vez fritas. En una perola aparte, se pone agua, en cantidad apropiada, hasta que hierva, añadiendo guindilla, sal y perejil, machacados previamente en un almirez.  Cuando el agua está hirviendo, se agregan yemas de huevos duros bien deshechas, y una vez que este caldo haya tomado el gusto conveniente, se añaden las claras de los huevos duros, cortados en pequeños trozos, y a continuación, las ranas con un aceite, manteniendo el hervor durante cinco minutos.

Papachas.

La papacha es una masa de pan, elaborada con aceite y azúcar.  Distribuida la masa en tortas redondas, se fríen en la sartén durante el tiempo necesario.  Las papachas suelen comerse, al tomar chocolate; y el chocolate con papachas es tradicional en el día de San Juan Bautista (pp. 52-53).

Rosquillas.

Se hacen con aceite, azúcar, huevos y harina, fabricando unas pastas redondas que se cuecen al horno.  Su diámetro suele ser de unos 9 centímetro. Se hacen en todo tiempo.

Magdalenas.

Con los mismos ingredientes (que las rosquillas), pero con menos harina y descudillada en moldes como canastillos pequeños. En todo tiempo.

Mantecados.

Con aceite, manteca y huevos, mezclados con harina, formando una pasta que se corta en moldes, antes de cocerlos al horno.  Antes de meterlos en el horno los moldes de estas pasta, se les echa encima huevos y azúcar. En todo año.

Roscones blancos.

Se hacen con agua, aceite, azúcar, huevos batidos y harina y levadura, formando una masa que se corta en pedazos pequeños en redondo, y cuando están cocidos al horno, se untan de baño blanco, hecho con las claras de huevo.  Antes en San Blas; ahora en cualquier tiempo.

Roscones de aceite.

Se hacen con 1 parte de aceite, 2 de agua, sal y levadura.  Se hace una masa que cuando está buena, se soba y se corta en trozos pequeños, redondos, haciendo picos y luego se cuece en el horno.  En San Blas; y ahora, siempre.

Empanadas.

Son panes, hechos con aceite, en cuyo interior se meten trozos de chorizo, conejo, huevos o lo que se quiera.  Sobre todo se hacen en el Barranco; y a menudo, para ir de viaje.

Mostachones.

Raldillas (en San José).


Introducción de los espárragos en la Ribera.

Según el Licenciado José Joaquín Montoro Sagasti (Fiestas, Tudela, 1954, Revista), Yusuf Ben Amrús, Wali de Tudela, tuvo necesidad de hacer un viaje a Córdoba, para deshacer una sed de intrigas y hacer presente su fidelidad, al Califa Omeya Ab Al Rahman. Allí conoció y comió por primera vez espárragos, cuyas semillas habían sido traidas de Bagdad, por el cantor Ziryab (el pájaro negro). Ysuf pidió algunas a Ziryad y vuelto a Tudela, las mandó sembrar en Al Berber, Al Majares y Al Mejana, propagándose luego su cultivo por otros pueblos de la Ribera.


[1] El Manarro se llamaba Bienvenido Alfaro Sainz. Tuvo horno en varias calles; la última en la calle Alfaro, 19. Murió en 1941, a los 74 años.

1538

ABADÍA DE FITERO. AÑO 1538.

(Notas remitidas atentamente a Manuel García Sesma por D. José María Sanz, Canónigo Maestre escuela de la S.I.C. de Tarazona).

Martín de Egués, el joven, requirió del Notario de Tarazona, Jerónimo Blasco, el 25 de julio de 1540 y ante él y testigos dijo que tenía unas Letras Papales de Paulo IV (año IV de su Pontificado) que se insertan y llevan fecha de "Idibus Augusti" del año 1538, en las que dice el Papa, que el Abad de Fitero Martín de Egués el viejo, con más de 70 años de edad, pide que su sobrino Martín de Egués, el joven, sea nombrado Rector, administrador, etc. del Monasterio de Fitero para poder él desentenderse de los asuntos materiales y tenerlo como Coadjutor. (El Papa llama a Egués, clérigo de la Diócesis de Tarazona) y como es de Regio Patronato, del Emperador Carlos, le pide por coadjutor perpetuo. (La Bula ocupa 12 folios del Protocolo).
Y reunidos en Capítulo en la capilla de la Iglesia, dedicada a Sta. María Magdalena, "propter impedimentum fabricae claustri ipsius Monasterii ubi est locus capitulares.... Asisten Fr. Pedro de Simancas, Subprior, no habiendo Prior, Fr. Pedro Bonilla, Fr. Juan Crevero, Fr. Miguel García, Fr. Miguel de Grao, Cantor, Fr. Pedro Bored, Cillerero, Fr. Pedro de Arnedo, Sucantor, Fr. Jerónimo de Mur, Sacristán, Fr. Pedro García, Fr. Pascual Pérez, Fr. Adriano Remirez, Fr. Pedro de Arguiso, Fr. Martin Calvo, Fr. Pedro Vicent, Fr. Pedro Gómez.  El Sacristán dijo que había convocado al son de campana por orden del Subprior, y Martín el joven, Administrador de la Abadía, dijo que él había intimado las Letras Apostólicas sobre su Coadjutoría de la Abadía y le habían recibido por tal el 2 de diciembre de 1539....Y como cese en su coadjutoría por muerte del Abad D, Martin de Egués, enterrado en la iglesia del Monasterio  "propre introitum chori", testificándolo Sebastián Navarro, Notario de Fitero y persistiendo en su petición de administrador del Abadiado para que le admitiesen por tal, y ya había jurado en manos del Vicario General de Tarazona, como se pide en la Bula,.... Deliberando nature tan prima quam de actuali presentatione todos conformes admitieronle en Rector y Administrador, etc., y él tomó posesión “aperiendo y cooperiendo altare majus y leyendo en el misal, y fueron al Coro y tomó en las dos sillas, una para misa, que es la primera entrando al Coro por la parte del altar mayor, a mano izquierda, y la segunda para Vísperas o sea la última por la mano izquierda y después anduvo por la Iglesia, abriendo y cerrando las puertas; fueron al Capítulo y le dieron el asiento más eminente y dijo que la tomaba en la iglesia como cabeza de todo el Monasterio, pueblo, granjas, etc.  El Sacristán y el Cillerero le dieron las llaves de sus oficios y él los volvió a nombrar.
Se formó procesión y cantando el Te Deum lo llevaron al Coro y le dieron posesión de la silla abacial y siguieron cantando al altar mayor, donde, todos de rodillas, cantó él tres oraciones: 1ª Gratiam tuam quesumu, 2ª Deus qui corda fidelium, 3ª Exaudi quesumus Domine suplicum preces... siendo testigos Micer Martin de Mur, Dr. Martin Munarriz y Roger Pasquier, justicia de Tudela.

PROCESIÓN DEL PUEBLO


Fue a la Plaza y allí vinieron Pedro Jiménez Alcalde, y Juan de Vea, Jurado, y no vino el otro jurado, Juan Aguado, porque estaba doliente y Diego Jiménez teniente de alguacil por Juan de Arguiso, Alguacil, Absente y Juan de Bayona promotor fiscal y les dijo que por muerte de su antecesor habían vacado sus oficios y les quitó las varas y ellos dijeron que estaban en posesión de nombrar esos cargos el día de San Miguel y después llevarlos a la aprobación de los Sres. Abades, por lo tanto no consentían en la renovación para que de ello no se les causase perjuicio y el Abad admitió la protesta levantándose acta y después el Abad porque hacían bien el oficio los volvió a nombrar y les dio las varas, y les asignó los salarios ordinarios y ellos juraron en manos del nuevo Abad.
Después, acompañado del Alcalde y Jurados fue por las calles del pueblo hasta sus puertas, la una dicha del Río y la otra de Santa Lucía y en señal de posesión las abrió y las cerró, y dijo que tomaba posesión del pueblo y en él, como cabeza, de todas las granjas, tierras, molinos et .Testigos los mismos que antes.  Notario Jerónimo Blasco.


Charlas Vasco-Navarras


30 de Agosto de 1959

Por el profesor Manuel García Sesma

DOS VALIENTES DE VERDAD:
UN REY DE ESPAÑA Y UN CAMPESINO NAVARRO

La calamidad más terrible que azotó a Europa en el siglo XIX, aparte la endémica de las guerras, fue sin duda alguna el cólera morbo asiático.  Antiquísimo en las Indias Neerlandesas, en Indochina y, sobre todo, en el Indostán, con focos casi permanentes en Calcuta, Allahabad, Madras y Bombay, solo era conocido vagamente en Europa por las noticias de algunos viajeros.  Hasta que en 1830 lo introdujeron en Polonia las tropas zaristas, enviadas por Nicolás I para reprimir la insurrección de Noviembre.  De aquí se propagó sucesivamente a Moldavia, Galitxia, Inglaterra, Irlanda, Francia, Portugal, Holanda, Bélgica y España, ocasionando verdaderas hecatombes.  En Francia solamente produjo más de cien mil víctimas.

Durante el siglo XIX, España fue atacada por la terrible epidemia en cinco ocasiones: en 1835, en 1856, en 1865 y en 1890.  La más benigna de todas fue la última, pues se limitó a algunas localidades de Valencia, Toledo y Asturias, ocasionando pocas defunciones.  en cambio las restantes se extendieron a toda la Península, cebándose mortíferamente en la población.  el cólera de 1835 empezó en el puerto de Vigo, habiendo sido importado por la tripulación de un buque inglés y por los portugueses refugiados de la escuadra de Don Pedro.  De allí se propagó a Galicia, mientras que en Andalucía entraba por la frontera de Portugal, y en Cataluña, por la vía marítima del Mediterráneo, traído por unos buques franceses, que atracaron en Rosas y en Tarragona.  En cambio, las epidemias de 1856, 65 y 85 fueron introducidas exclusivamente por buques franceses, surtos en los puertos de Levante, empezando la del 65 en Valencia, y la del 85 en Alicante.

La más horrorosa fue la de 1865, que marcó una huella profunda en todas las capas de la sociedad española.  Recuerdo que en mi juventud todavía se llamaba antonomásticamente a dicho año " el año del cólera", refiriéndose a él los adultos, como a la más horrible pesadilla de su vida.

Ya en el otoño de 1864, aparecieron numerosos casos de coléricos en Nolvelda y algunos, en Elche. Sin embargo, cuando empezó adquirir aterradoras proporciones, fue hacia fines de la primavera de 1885.  El mismo Gobierno se creyó en el caso de prevenir a España entera, por medio de la "Gaceta Oficial", revelando que, en solo el día 18 de Junio, habían ocurrido en Valencia y su provincia 115 defunciones; y en la de Murcia, 322 casos y 90 defunciones.  En cambio, en Madrid solo habían aparecido hasta entonces cinco casos.  Pero la declaración oficial de la "Gaceta" fue lo bastante para que cundiera el pánico entre los madrileños, enlutando al día siguiente sus casas los tenderos de la calle de Toledo y organizándose una manifestación que recorrió las calles de la Corte, paseando una bandera negra y obligando a cerrar todos los establecimientos comerciales, a excepción de las farmacias y de las tiendas de comestibles. El presidente del consejo de Ministros, don Antonio Cánovas del Castillo, y el ministro de la Gobernación, don Francisco Romero y Robledo, se trasladaron, durante 24 horas, a Murcia, para repartir socorros; y con el mismo objeto, hizo un viaje a Valencia el Ministro de Gracia y Justicia, don Francisco Silvela.  El mismo Rey, don Alfonso XII, de ánimo generoso y arriesgado, quiso acudir en persona a consolar y auxiliar a los atacados, estando a punto de provocar una crisis ministerial, ante la oposición de sus Ministros a la realización de sus propósitos.  Pero huyo de renunciar, por el momento, a ellos, ante la negativa rotunda de los jefes de todas las fracciones políticas monárquicas a asumir la responsabilidad de semejante aventura.
En tan dramáticos momentos, el sabio médico catalán, Dr. Jaime Ferrán, descubrió su famosa vacuna anticolérica, que representaba un remio verdaderamente providencial para atajar la terrible epidemia. Comisionado en 1884 por el Ayuntamiento de Barcelona para estudiarla en Marsella y en Tolón, donde reinaba a la sazón, el Dr. Ferrán se había entregado, con juvenil entusiasmo, a tan delicada tarea, en el modestísimo laboratorio de los Doctores Nicati y Riessh.  En septiembre del mismo año, había vuelto a España y, encerrándose en su laboratorio de Tortosa, con su inseparable compañero Paulí, al cabo de tres meses de pacientes observaciones y experimentos, había conseguido dar con un suero que inmunizaba, al menos contra la terrible bacteria. Era un buen triunfo de la ciencia española, y nada más lógico que, al cebarse nuevamente en el país la espantosa plaga, el pueblo y las autoridades se hubiesen apresurado a utilizar su remedio.  Pero desgraciadamente no fue así; y la indiferencia, cuando el Gobernador y el Alcalde de Valencia, unidas a la ignorancia popular, y a la suspicacia y espíritu rutinario de no pocos facultativos, frustaron, en gran parte, los esfuerzos del sabio catalán.  Si se hubiera hecho caso de su vacuna, no habrían muerto más allá de seis mil personas; pero, por no hacérselo, perecieron nada menos que ciento cincuenta mil... Los españoles somos así. Reconocer los inventos ni los méritos de otro compatriota eminente..? Jamás. ¡Caray!, nosotros somos todos herederos directos de la sabiduría de Salamón..!
Hay que hacer constar, sin embargo, que algunos pueblos acogieron la vacuna de Ferrán con verdadero entusiasmo y que los más eminentes médicos españoles de entonces, con el Dr. Amalio Gimeno a la cabeza, se convirtieron en acérrimos defensores del método de su colega catalán.  La ciudad de Alcira se prestó en masa a ser vacunada; y en la gran controversia, entablada en torno al descubrimiento, en el Ateneo de Madrid, rompieron lanzas en su favor los Doctores Pulido, Fernández Caro, Tolosa Latour, Comenge y otras eminencias.  La misma Real Academia de Medicina, presidida por el Dr. Alonso y Rubio nombró a este propósito una comisión que emitió un dictamen bastante favorable.  Pero otra comisión dictaminó en contra, y naturalmente se le hizo más caso. ¡Cómo no!, si era extranjera.  Ello no fue obstáculo para que, años más tarde, en 1907, la Academia de Medicina de París otorgase un premio al Dr. Ferrán, previo un informe altamente laudatorio del célebre Dr. Pierre-Emile Roux, discípulo de Pasteur, en el que se reconocía a nuestro compatriota el mérito de “La iniciativa de la inmunización preventiva contra el cólera”.
Pero en 1885, los necios y los rutinarios esterilizaron, en buena parte, los esfuerzos generosos de Ferrán. Sus patrióticos ofrecimientos de vacunar gratuitamente a los albergados en los asilos, a las Hermanas de la Caridad y a las familias pobres, no fueron tomados en consideración; y como era de esperarse, el mal, en vez de disminuir, tomó cada día más incremento. Aragón, Cataluña y Castilla la Vieja se vieron a continuación invadidas por la epidemia, manifestándose principalmente en Zaragoza, Tarragona, Toledo y Cuenca.  El 28 de Junio se contaron nada menos que 1040 casos y 513 defunciones¸ eso sin contar los terribles focos de Cuenca y de Murcia, de las que no se habían obtenido todavía noticias.  Y el día 29, se presentaron, solamente en Aranjuez, 134 casos, todos ellos gravísimos, y 33 defunciones. Con tal motivo, el pánico en el Real Sitio fue indescriptible. Todos los vecinos de algunas posibilidades económicas abandonaron precipitadamente el lugar. Entonces el Rey Alfonso XII, sin comunicar a nadie sus intenciones salió de incógnito del Palacio de Oriente, a las 7 de la mañana del día 2 de Julio, y acompañado de un solo ayudante, tomó dos billetes de primera clase en la estación del Mediodía y se presentó en Aranjuez.  Allí se dedicó a recorrer los hospitales y casas de coléricos, prodigando a todos consuelos y ofreciendo su palacio del Real Sitio para departamento de convalecientes.  Aunque el monarca solo había dejado una carta cerrada para la Reina María Cristina en la que le daba cuenta de su viaje, con el encargo de que no se la entregasen hasta que se hubiese levantado de la cama, pocas horas después, se enteró Madrid entero del gesto real.  Un extraordinario del diario “El Correo” se encargó de propalar la noticia.  Inmediatamente el Gobernador Civil de Madrid se presentó en Aranjuez en un tren especial, y en la sesión del Congreso de aquella tarde, se levantó su presidente, don Práxedes Mateo Sagasta, para comunicar a la Asamblea: -“Señores diputados: S. M. el Rey está en Aranjuez, adonde ha ido para luchar denodadamente con la muerte. Ante este nobilísimo rasgo de generosidad y de valor, únicamente se me ocurre dar un entusiasta viva a S. M. El Rey.”
Todos los Diputados se pusieron en pie para corearlo, y levantando acto seguido la sesión, se dirigieron a la estación de Atocha, a esperar el regreso del Monarca.  Llegó, en efecto, al atardecer de dicho día, y la ovación que le tributó el pueblo de Madrid, fue extraordinaria. Tan extraordinaria como merecida. Porque, desde luego, es indiscutible que aquel gesto de un día del Rey Alfonso XII; dada precisamente su posición relevante, fue un verdadero rasgo de nobleza y de valentía.  Sin embargo..., ¿cuántos miles de obscuros españoles no demostraron, en aquellas trágicas circunstancias, no ya durante veinticuatro horas, sino durante semanas enteras, igual o más valor y humanitarismo..?  Voy a citarles un solo ejemplo: el de un humilde campesino navarro, conocido en el pueblo de Fitero de donde era natural, con el nombre del Tío Victorillo el Alvarilla.
Como era de esperar, la mortal epidemia, una vez invadidos Aragón y Castilla, no tardó en penetrar en Navarra, haciendo su aparición en Fitero, hacia mediados de Agosto del mismo año. El primer atacado fue Juan de Mata González Jiménez, que murió casi de repente el 19 de dicho mes. Vivía en el número 64 de la calle mayor. Inmediatamente se propagó a las demás calles. Las más castigadas fueron la de Palafox – antiguo Virrey de México -, con 16 víctimas; la calle mayor, con otras 16; los Charquillos, con 11; la calle de San Juan, con 9; la de la loba, con 8; y el Cogotillo Bajo, con 7. Pero ninguna se libró del azote, pues las que salieron mejor libradas, como el Cortijo, Oñate, San Antón, Patrona y Espoz y Mina, tuvieron cada una su víctima respectiva.  La epidemia duró 41 días, haciendo un total de 115 víctimas, de las que 48 fueron varones y 67, hembras. Como se ve, pues, el cólera atacó mucho más a las mujeres que a los hombres; y por lo que se refiere a las edades, se cebó sobre todo, con la niñez y la edad madura, pereciendo 59 niños, ente los cero y los 15 años, y 25 adultos, entre los 30 y 60. La epidemia alcanzó su periodo álgido del 7 al 14 de septiembre, contándose el día 7 otras tantas defunciones; el 10, cinco; y el 14, otras cinco.  La última víctima del terrible azote fue una infortunada casada; Petronila Lavilla Alvarez, de 42 años, que murió el 29 de septiembre de 1885, en la casa número 8 de la calle de San Juan.

Con tan tremenda hecatombe, no es de extrañar que el número total de defunciones de aquel año ascendiese a 203; es decir, a más del triple del promedio anual ordinario.

En tan dramáticas circunstancias, no es difícil imaginarse cuál sería el estado de ánimo y el aspecto de Fitero. Por supuesto, las Fiestas Patronales, que se celebran todos los años en Septiembre, se suspendieron - ¡para Fiestas estaba la cosa...! -, las labores del campo quedaron semiparalizadas, sus famosos Balnearios termales, tan concurridos en el verano, se despoblaron completamente y el comercio sufrió un verdadero colapso.  La preocupación y la tristeza se pintaban en todos los semblantes, pues nadie estaba seguro de no ser llevado horas después al cementerio. Y en efecto, más de una vez se dio el terrible caso de vecinos que la noche anterior, habían estado reunidos a la puerta de una casa, tomando el fresco y comentando los sucesos, y que al día siguiente, se enteraban, al levantarse, de que aquella misma noche, había muerto uno de los contertulios.

Como el bacilo del cólera – el famoso “Spirillum cholerae o Vibrio comma” – había ya sido descubierto, dos años antes, por el célebre doctor alemán, Roberto Koch, y se sabía de manera cierta que la enfermedad era de origen hídrico, los médicos recomendaban, como medidas preventivas, el abstenerse de beber agua corriente, de tomar melón, sandía y otras frutas aguanosas, y en general, de comer cualquier clase de verduras en crudo. Semejante recomendación dio como resultado el que aquel año, no se recogieran las frutas de los campos, lo que aprovecharon los mozalbetes inconscientes para darse los grandes banquetes.

Antes de que comenzara la catástrofe, el Ayuntamiento de la Villa, imitando el ejemplo de otros lugares, estableció un pequeño lazareto en la entrada del pueblo, instalándolo en la casilla de la era del Tío Valito, situada en la carretera de Cintruénigo.  Allí se detenía a todo el que llegaba por dicha carretera, sometiéndolo a una fumigación obligatoria, como medida de precaución. Pero de nada sirvieron tales fumigaciones, pues el temible bacilo penetró en el pueblo, a pesar de todo. Iniciada la mortandad, uno de los problemas más angustiosos con que se encontró el Municipio fue el de encontrar una persona idónea y valerosa, que se prestaba a vigilar a los presuntos muertos, en el depósito del cementerio, pues los coléricos eran trasladados a este lugar, sin pérdida de tiempo, apenas daban señales de fallecimiento. Ahora bien, enterrarlos antes de que pasasen las veinticuatro horas era una verdadera temeridad, pues, en más de una ocasión, la muerte solo era aparente y no real; - y a pesar de todo, seguramente que, en aquella época, se enterró vivo, a más de un ciudadano en toda España. 

Pero, ¿quién era el valiente que se iba a prestar, ni por todo el oro del mundo, a pasarse día y noche, en semejante lugar y compañía...? Tanto más cuanto la terrible enfermedad se presentaba con caracteres exteriores repugnantes y pavorosos: gran descomposición del semblante, hundimiento de los ojos, vómitos violentos, frecuentes diarreas albinas, calambres aparatosos, angustiosas asfixias, etc. Así que huelga decir el aspecto poco agradable y tranquilizador que presentarían las pobres víctimas. Sin embargo, no faltó en Fitero un vecino verdaderamente valiente, que se prestó espontánea y desinteresadamente a tan macabra tarea. Fue el Tío Victorillo el Alvarilla.

Yo no llegué a conocer a este benemérito fiterano; pero una anécdota de él que oí contar en mi infancia a mi padre, revela mejor que nada cual debió ser su temple de ánimo.  A la sazón, las víctimas del cólera no eran enterradas en cajas individuales, ya que no se podía guardarlas en casa hasta que las hicieran una a la medida, sino que eran trasladadas inmediatamente al cementerio, en un ataúd común.  Allí se dejaban los cadáveres en el depósito, al cuidado del  Tío Alvarilla, envueltos sencillamente en una sábana, hasta que les tocara el turno de enterrarlos.  Y junto a ellos, se dejaba asimismo el ataúd común, en espera de que viniesen a buscarlo los que lo necesitasen para traer nuevos difuntos, ya que nadie quería guardar, dentro del pueblo, aquel macabro armatoste.  Así, pues, una noche, se presentaron, con tal objeto, en el camposanto, unos vecinos, a los que se les acababa de morir un pariente. Como es natural, trataron de entrevistarse antes de nada con el Tío Alvarilla; pero, cosa extraña, entraron en el depósito y no lo encontraron. ¿Dónde, diablos, se habría metido el buen hombre...? Dieron algunas voces, llamándolo por su nombre, y no respondió nadie. Entonces se decidieron, sin más trámites, a llevarse el ataúd. Pero al levantarlo y notar que pesaba más de la cuenta, comprendieron inmediatamente que había alguno dentro. ¿Quién..? Se figuraron que sería algún muerto, olvidado por el Tío Alvarilla; pero abrieron la tapa, que por algo estaba un poco entreabierta y oh! Tragicómica sorpresa, s encontraron con que era ni más ni menso que el Tío Alvarilla, quien dormía tranquilamente en el ataúd..! No me negarán ustedes que el buen hombre tenía valor y sangre fría!

Por supuesto, la Muerte respetó por entonces a este bravo, y, cuando terminó la epidemia, el párroco don Joaquín Aliaga, desde el púlpito de Santa María la Real, hizo el más caluroso elogio de la conducta valerosa y humanitaria de este heróico hijo de Fitero. Por su parte, el Ayuntamiento, para recompensar de algún modo sus servicios, acordó pagarle cinco pesetas por cada día que los prestó, regalándole además un traje completo.

Mas, desde luego, ni la prensa de Madrid ni la de provincias se acordó de ensalzar al Tío Alvarilla, como al Rey Alfonso XII. Era natural, porque se trataba de un desconocido.  Pero ¿quién negará que mi humilde paisano demostró, en aquellas trágicas circunstancias, aún más serenidad y valentía que el intrépido y malogrado Rey de España..?







Correspondencia palafoxiana: Manuel García Sesma - Sor Cristina de la Cruz de Arteaga

CORRESPONDENCIA DE MANUEL GARCÍA SESMA CON SOR CRISTINA DE LA CRUZ DE ARTEAGA

Carta de 15 de abril de 1978


Distinguida Hermana. Hace 17 años que, un día de enero, fui a hacerle una visita al Convento de Santa Paula, donde me imagino – pues no lo sé de cierto – que continua usted todavía.  Llevaba yo una tarjeta de presentación de mi viejo amigo y paisano mío, D. José María García Lahiguera, a la sazón Obispo Auxiliar de Madrid; y todavía conservo las excelentes biografías que V. había ya escrito, y de las que me regaló sendos ejemplares, referentes a Dn. Juan de Palafox y al padre de V. Yo vivía entonces en México D. F., dedicado a la Enseñanza Secundaria, y había venido circunstancialmente a España, para visitar a mi octogenaria madre (q.e.p.d.) y que murió a los 95 años y medio.

Desde hace cuatro años, vivo retirado en Fitero, dedicando mis ocios a mi “hobby” de siempre: la investigación histórica.

Estoy acabando un libro sobre “La Iglesia Cisterciense de Fitero”, que es un grandioso monumento nacional, poco conocido; un “Ensayo de una biografía crítica de San Raimundo de Fitero” y otras que llevaba ya bastante adelantadas, antes de regresar a España. Para realizarlas concienzudamente, llevo ya dos veranos hurgando en el Archivo de Protocolos de Tudela (desde el siglo XVI), donde se encuentran todas las escrituras notariales, relativas a Fitero, desde el siglo XVI, así como en el Archivo General de Navarra y en el Parroquial de Fitero.

Por pura casualidad, pues no trataba expresamente de encontrarlos, me tropecé en el Archivo de Protocolos de Tudela, con diversos documentos relativos a Pedro Navarro, a  Juan Francés, a Casilda Guerrero y demás vecinos de Fitero, relacionados con la infancia de Palafox y tomé nota de ellos.  Hace unos meses, cayó en mis manos un ejemplar de “El Venerable Obispo Juan de Palafox y Mendoza - Semana de Estudio histórico-pastoral y de espiritualidad (1654-1659) – 2-7 Agosto 1978” y lo leí con rapidez; especialmente el estudio de usted sobre “La personalidad humana de D. J. de P. y M. a través de sus relaciones familiares”. Vi con satisfacción – y la felicito por ello – que ha aclarado V., al menos, en lo fundamental, el enigma de la infancia fiterana de Palafox, demostrando documentalmente que su padre adoptivo fue Pedro Navarro, como ya anotó el P. González de Rosende, y no Juan Francés, como inducidos a error por la equívoca partida de bautismo del Archivo Parroquial de Fitero – que, por lo demás, se conserva todavía – sostuvieron posteriormente D. General García y el  Sr. Sánchez Castañer, en sus excelentes y extensas biografías de Palafox.

El estudio de usted me ha incitado a tratar de aclarar de una vez el embrollo de la infancia de Palafox y creo que lo he conseguido.

Pero quedan algunos puntos poco claros y para intentar aclararlos y para darle cuenta de mis curiosos descubrimientos, me permito dirigirme a Usted en la seguridad de que le van a agradar y en la confianza de que me va a prestar V. su colaboración.

Por de pronto, he comprobado que María Navarro era prima de Pedro Navarro y que pudo muy bien ser la mujer que amamantó a  Palafox, pues estaba casada con Jerónimo López, del que tuvo un hijo bautizado el 17-X-1599, con el nombre de Cosme, siendo sus padrinos precisamente Pedro Navarro y Catalina Melero; de manera que el hermano de leche de Palafox fue Cosme López.

He encontrado las capitulaciones matrimoniales de Juan Francés y Casilda Guerrero y su lacónico parte de casamiento; ésta, con el nombre de Casilda Navarra (sic), tomando y adjetivando el apellido  de su tutor, que no era otro que Pedro Navarro. Las capitulaciones se celebraron el 15-VI-1591 y en ellas consta la presencia de Pedro Navarro precisamente como tutor de Casilda; y la boda se efectuó el 7 de Julio de 1591. Hasta 1610, fecha en que detuve mis investigaciones en este punto, por haber salido ya de Fitero Palafox, el matrimonio había ya tenido 7 hijos, cuyos nombres y fechas de nacimiento tengo anotados; y para cuando nació Palafox, ya tenían 5. De su tercer hijo, Juan Francés, bautizado el 12 de noviembre de 1595, fueron precisamente padrinos Pedro Navarro y María Navarro. He localizado un préstamo que hizo Pedro Navarro a Juan Francés, en 1592, por valor de 15 ducados, lo que confirma sus buenas relaciones; y lo que es más curioso, un contrato del Monasterio de Fitero con el mismo Juan Francés, arrendándole el Batán en 1598.

En la finca del Batán, había entonces un trujal o molino de aceite, y he aquí por qué los enemigos de Palafox propalaron la especie de que era “hijo de una molinera.”(Molinera, pero no era de trigo).

En 1601, concedió a Juan Francés un censo perpetuo; y en 1604, su mujer Casilda, estando gravemente enferma (aunque no murió entonces, sino en 1634), hizo testamento a favor de sus hijos propios, sin acordarse para nada de Palafox: lo que es un indicio de que éste no debía vivir con ella y su marido.  En fin, he tomado todavía nota de otros documentos, referentes a este matrimonio, pero no vienen al caso, por ser posteriores a 1610.

La identificación de Miguel de Cuenca me ha dejado en la duda, al nacer Palafox, había tres Migueles de Cuenca: abuelo, hijo y nieto, y los tres, como de costumbre, sin apellido materno.  El abuelo vivía todavía en 1606 y su nieto ya estaba casado en 1601. En 1595, he hallado unas “cuentas de la administración que tuvo Miguel de Cuenca de la carnicería de Juan Navarro”.

Sin duda se refieren al abuelo o al padre. Es dudoso; pero este detalle carece de importancia. En todo caso, es incuestionable que los Cuenca, Navarro y Francés estaban en muy buenas relaciones.

Lo que tiene, en cambio, la máxima importancia es la identificación de Pedro Navarro, es decir, del padre adoptivo de Palafox: identificación que me ha hecho sudar tinta, como vulgarmente se dice, pues, cuando nació Palafox, había en Fitero - ¡asómbrese usted! – nada menos que 10 vecinos mayores, llamados Pedro Navarro, de los cuales 9 estaban ya casados, y el décimo se casó al año siguiente; y como en esta época, todavía no llevaba nadie en Fitero – ni consta en los libros parroquiales - el apellido materno,  ya puede V. imaginarse el lío en que me vi envuelto, en un principio, para identificar al padre adoptivo de Palafox.

Afortunadamente, encontré una pista en un pequeño detalle de la partida bautismal de Palafox del archivo familiar del Marquesado de Ariza que cita usted en su estudio: Pedro Navarro Vañero.  Este Vañero no es el segundo apellido de Pedro Navarro, pues, como le he dicho, en los Libros parroquiales de Fitero, nadie aparece en esa época con dos apellidos, sino el oficio de Pedro, a saber, bañero o empleado de los Baños: Detalles que aparecen, de vez en cuando, en dichos libros: sastre, apotecario, albañil, zapatero, etc.  Hay que tener en cuenta que,  a la sazón, los Baños de Fitero pertenecían al Monasterio, que los arrendaba, por varios años, a quien le parecía u ofrecía más dinero.  Pues bien, en unos curiosos documentos de julio de 1598, que yo había ya encontrado y extractado, en el Archivo de Protocolo de Tudela titulados “Autos de los milagros de San Pedro del Baño”, consta que los bañeros de entonces eran  precisamente “Pedro Navarro y Ana de San Juan, su mujer”; y es seguro que continuaban siéndolo en 1600, pues el tal arriendo solían hacerlo los monjes, por un periodo de tres años, como mínimum.

¡Eureka!, exclamé gozoso. Por fin he despejado la incógnita – ya que de antemano había tenido buen cuidado de anotar las partidas de matrimonio de los diez Pedros Navarro, casados entonces en Fitero, y las de bautismo de todos sus hijos, habidos hasta 1606.

Resulta de estas anotaciones que Pedro Navarro y Ana de San Juan se casaron el 17 de octubre de 1571 y habían tenido hasta 1590, ocho hijos. (En los 20 años siguientes, ya no tuvieron ninguno, por lo que imagino que no tuvieron más). Por cierto que, en la partida de bautismo de su cuarto hijo, se dice que Pedro Navarro era entonces “sastre”,  y como, a la sazón, había en Fitero, por lo menos, dos sastres más: Francisco el Sastre y Medrano el Sastre, me figuro que tal oficio no debía proporcionarle muchos ingresos; por lo que debió combinarlo con el de bañero; o alternarlo con éste, que era veraniego. La primera satisfacción de mi pretendida identificación del matrimonio no duró mucho, pues, al buscar las partidas de bautismo de los cónyuges, para averiguar a qué edad se habían casado, me encontré con que, entre 1549 y 1555, habían nacido en Fitero nada menos que cuatro Ana de San Juan, y entre 1548 y 1555, dos Pedros Navarro, hijos de padres llamados Juan, y entre 1548 y 1555, dos Pedros Navarro, hijos de padres llamados Juan, que era otra de las pistas que tenía.

¡Cataplum!, me dije. Nuevas incógnitas y  nuevos motivos de confusión. Pero no me desanimé ni desistí.  Como Fitero confina con Aragón, los fiteranos tenemos la tozudez de los aragoneses.

Descartada una  Ana, que debió morir en la infancia, pues apareció una segunda Ana del mismo padre en 1555 (el Libro de defunciones de la parroquia de Fitero no empieza hasta 1624), quedaban tres: dos nacidas en 1549 y otra en 1555, mientras que los dos Pedros Navarro habían nacido en 1548 y 1555. Como hasta 1571, no encontré otro matrimonio de un Pedro Navarro con Ana de San Juan – ni tampoco después -, solo cabían cuatro conjeturas: 1) Pedro y Ana tenían al casarse 16 años; Pedro tenía 23 años y Ana 22; 3) Pedro tenía 23 y Ana 16. 4) Pedro tenía 16 y Ana 22. ¿Cuál de estas combinaciones fue la real ...? Imposible adivinarlo. ¡Averígüelo Vargas! – me dije. En fin de cuentas, lo importante del caso es saber que, al casarse, Pedro Navarro tenía 16 ó 23 años.

Pero entonces me encontré con otra seria dificultad. Usted cita, en su documento estudio de la Semana Palafoxiana de Burgo de Osma, fragmentos de una carta de Palafox a su hermano, el Marqués, escrita en septiembre de 1638, en que le recomienda a Pedro Navarro, aunque solo sea para “darle el brazo a mi hermana y acudir a lo que Vª Sª le mandare y tener cuidado del niño”.

Pues bien, si Pedro se casó a los 16 años tendría en 1638 la friolera de 83; y si se casó a los 23, tendría 90 años: edades demasiado avanzadas para cuidar a nadie. De todos modos, no son imposibles: todo depende de cómo se conserve uno anciano. Ya le he dicho que mi madre murió a los 95 y medio y se conservó relativamente ágil casi hasta el final ¿Fue éste el caso de Pedro Navarro...? Podría ser; pero esta última fecha le deja a uno perplejo. ¿No le parece?

El caso es que he encontrado, en el Archivo de Protocolos de Tudela, otra pista que parece confirmar que Pedro Navarro vivía todavía en 1638 y es la referencia a un testamento que hizo ese año un Pedro Navarro, “granadino mayor” (sic). Esta referencia figura en un Indice de las escrituras notariales de ese año y de otros anteriores y posteriores; pero al buscar el documento correspondiente en el Protocolo de 1638, me encontré con que había desaparecido. ¡Qué mala suerte! Pues es seguro que me habría sacado de dudas. En todo caso, es comprensible que si el padre adoptivo de Palafox tenía entonces 83 años (en la hipótesis más favorable), hiciese testamento antes de marchar a Ariza, de donde ya no esperaría volver vivo.

Pero ese granadino mayor ¿qué es lo que significa...? ¿Guarda mayor, que es el oficio que le asignó el P. González de Rosende..? ¿Pero Guarda Mayor, a los 83 años..? Completamente inverosímil.

He consultado el Diccionario de la Academia, las Enciclopedias de Espasa-Calpe y de Sopena, el Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra de Yanguas y Miranda, la Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso y el Diccionario Ideológico de Julio Casares, y en ninguno de ellos se da a la palabra granadino la acepción de guarda ni otra parecida.

Desde luego que Pedro Navarro pudo haberlo sido en alguna otra época, pues entonces todos los cargos públicos eran de libre nombramiento de los Abades: señores temporales y espirituales de Fitero, con potestad absoluta; pero no lo era en 1600, como lo demuestran los documentos que yo he encontrado; ni en 1609, en que aparece asimismo como bañero en la partida de bautismo del archivo de Ariza que V. cita; ni en 1624, en que todavía aparece como bañero en una lacónica partida de defunción de una hija suya, fallecida el 15 de noviembre de dicho año. Así, pues, la especie difundida por el P. González de Rosende de que, al nacer Palafox, era Pedro Navarro “Guarda Mayor de los Baños y del Monte, y vasallo y criado de los Marqueses de Ariza”, es pura invención, pues todos los fiteranos de entonces, residentes en la Villa, únicamente eran vasallos del Sr. Abad: a la sazón, Fr. Ignacio Fermín de Ibero.

Por cierto que me ha llamado un poco la atención – aunque no lo pongo en duda – que la partida de Ariza esté firmada por Fr. Juan de Alegría, cuya firma aparece, en efecto, en el Libro II de Bautizados de Fitero, desde el 22 de abril de 1606 hasta el 17 de abril de 1607; pero desde esta fecha hasta el 18 de abril de 1610, la firma que se lee al pie de cada folio, es la de Fr. Martín Gil, y no la de Fr. Juan de Alegría. A lo mejor, el Dr. Gaspar Navarro tenía alguna amistad con este último monje.

Por lo demás, el oficio de bañero de Pedro Navarro en 1600 explica el que éste se enterara de que Palafox nació exactamente a las 8 de la mañana, así como de las andanzas de la dueña de doña Ana para ocultar este nacimiento y deshacerse de la criatura, y el que Pedro lo impidiese, no sorprendiéndola casualmente, como da a entender el P. Rosende, con detalles novelescos, sino a sabiendas, siguiendo sencillamente sus pasos hacia el río.  Hay que tener en cuenta que el edificio de los Baños era, a la sazón, pequeño, pues, en el aludido documento de los milagros de San Pedro del Baño, consta que solo había entonces en él (julio de 1598) nueve bañistas, a los que daban “recado” los bañeros, quienes, por tanto, estaban al corriente de los movimientos de aquéllos; sobre todo, si infundían sospechas, como era el caso de la Sra. Ana de Casanate y de su dueña.  Eso sin contar con que entonces vivirían con Pedro Navarro y su mujer, algunos de sus hijos, el menor de los cuales tenía ya 10 años.

A su vez, el hecho de que Pedro Navarro hubiese sido tutor de Cándido Guerrero y padrino de su tercer hijo explica el que, teniendo él y su mujer que atender a los clientes del Balneario, el cual dista 4 kilómetros del pueblo, encomendase de momento al recién nacido a Casilda y a su marido, quienes se encargaron de hacerlo bautizar y de entregárselo a María Navarro para que lo amamantase.

 He visto que usted confirma lo que yo me barrunté en México, cuando leí la biografía palafoxiana de Dn. Genaro García; a saber, que el nombre de la madre de Palafox fue Ana de Casanate, pues es raro que los religiosos y religiosas cambien, al profesar, su nombre de pila, aunque le añaden después otro nombre religioso, como Ana de la Madre de Dios o Cristina de la Cruz.

En fin, para poner término a esta kilométrica carta, le agradecería vivamente que repasase, si buenamente puede, la correspondencia familiar de Palafox y que me comunicase todos los pormenores que halle en la misma, relativos a su nodriza María Navarro, a Juan Francés y su mujer Casilda Guerrero, a Miguel de Cuenca y, sobre todo, a Pedro Navarro del que me interesaría aclarar principalmente los siguientes extremos: 1) si Pedro Navarro fue efectivamente Guarda Mayor de los campos de Fitero, y en qué época, pues las afirmaciones del P. Rosende tienen poco valor y yo no he encontrado todavía ningún documento fidedigno que lo evidencie; 2) cómo se llamaba la hija de Pedro Navarro, que llevaba semanalmente la ropa limpia a Palafox, cuando estudiaba éste en el Seminario de Tarazona (Pedro Navarro tuvo tres hijas: María, Andresa e Isabel, y ésta última, que era la menor, tenía 20 años en 1610); 3) si las cartas de julio y septiembre de 1638 en las que Palafox se interesa por Pedro Navarro, son efectivamente de ese año y no de 1628; 4) si Pedro Navarro se trasladó, por fin, a Ariza, en sus últimos años, y murió allí; 5) si “la jornada de Alemania” en la que Palafox y su  hermano fueron acompañados por Pedro Navarro, en calidad de servidor, como se dice en la carta del 10 de julio de 1638, es, como me figuro, el viaje de 1629-31, o algún otro.

Agradeciéndole de antemano el interés que quiera y pueda tomarse en este asunto, le saluda con  todo respeto y se encomienda a sus oraciones su s. s.

Firmado: Manuel García Sesma


CARTAS DE SOR CRISTINA DE LA CRUZ DE ARTEAGA A DON MANUEL GARCÍA SESMA

I
Monasterio de Santa Paula
Sevilla, 31 de mayo de 1978.

                Muy estimado en el Señor.

                Desde Abril llevo sin contestar su larga carta del día 15.  Es tan densa que supone mucho trabajo su respuesta y siempre la dejo para un día menos ocupado.

                Me maravilla su tenacidad y lo que se ha interesado por localizar a esas buenas personas que rodearon la infancia de nuestro venerable Palafox.

                Cuando él escribe sus CONFESIONES o Vida Interior, en Osma, conserva el recuerdo de Pedro Navarro ya anciano.  Dice refiriéndose a su propio nacimiento: "Un venerable viejo de aquellas tierras, viendo llevar la cesta, preguntó a la criada qué llevaba....". Cap. XIII, 5, fol. 115 del Tomo I de OBRAS COMPLETAS.

                Seguramente no era tan viejo cuando "Juanico" nació.  Pero debía serlo en Ariza.  No es probable que tuviera más de 90, pero podría tener los 83...

                Sobre su hija, dice la nota 2 del nº 5, de REGLA DE PENITENCIA VOLUNTARIA, fol. 247 del Tomo I: " Cuando servía en los consejos, cuidaba de disponerle la comida y de la limpieza de la ropa una doncella virtuosa, de edad provecta y hábito muy honrado (era hija de Pedro Navarro el viejo, el que le libró de la muerte y crió el V. en su casa y con sus hijos los primeros años de su vida) y esta vivía con una criada en una casa inmediata y suministraba lo que se ofrecía por una ventana pequeña que caía a la del venerable ministro." Posic. causa, nº 6. 

                Palafox perteneció a los consejos de Guerra y de las Indias antes de salir para América en abril de 1640.  Del 1650 al 53 estuvo en el de Aragón.  La nota anterior debe referirse a la primera época.  En ninguna parte encuentro el nombre de la hija de Pedro Navarro.

                Tampoco he encontrado en la correspondencia familiar referencias a Juan Francés y a Casilda Gerrero.

                La explicación de la palabra "Vañero", me parece muy legítima.  Claro que pudo ser bañero y guarda mayor.  En un lugar tan pequeño se pueden abarcar varios oficios... En la carta de 17 de julio de 1638, Palafox se alegra de que Pedro Navarro sirva en el castillo "Creo que no ha nacido en Aragón - dice - sino en Navarra y así no podrá ser justicia.  No será malo para guarda mayor y dar el brazo a mi hermana"... Luego este cargo no le parece inverosímil.  Tal vez porque ya lo había desempeñado en Fitero y era darle la satisfacción honorífica de estar en lo suyo...

                Las cartas familiares, que cito en el trabajo de Osma son de 1638, cuando estaba recién casado el Marqués de Ariza.  En 1628, era un "menino", a punto de emprender (de 1629 al 31) la "jornada de Alemania" en la que Pedro Navarro acompañó a los dos hermanos. 

                No hay más citas que las que he recogido.  A 30 de junio la de que "Pedro Navarro podrá hacerse cargo de los cubiertos (enviaba unos cuchillos) y llevar nota de todo".

                Espero que nos dará Ud. un interesante folleto cuando terminen sus investigaciones.

                A punto de un viaje a otro monasterio, concluyó esta por hoy.  Deseándole nuevos éxitos...

                Con la seguridad de mis oraciones, reciba un afectuoso recuerdo palafoxiano, de su afma. en Cristo.

Sor Cristina de la + de Arteaga




II

7 de Diciembre de 1982

Muy estimado en el Señor.

                Me trajo Sor María de Lourdes su interesante ejemplar dedicado de "Estudios Fiteranos" y quisiera corresponder a él, con motivo de las próximas Pascuas.

                Veo que, además de pacienzudo y tenaz investigador, es Ud. poeta y por ello pienso que le agradará este tomito de versos líricos que he ido apuntando a lo largo de la vida.

                Tengo terminado mi trabajo sobre el Venerable Palafox, ahora pido a Dios que me conceda un editor que se atreva con él.  He aprovechado los datos tan interesantes que me envió sobre las personas que rodearon su nacimiento e infancia, haciendo constar - claro está - su procedencia.  Pedro Navarro debió llegar a la 4ª edad porque ya lo llama "viejo venerable" D. Juan de Palafox cuando recogió a aquella criatura desamparada.  No lo sería tanto cuando lo vemos en casa de Ariza treinta y tantos años después.... prestando aun servicio.

                Le deseo muy felices Pascuas, en esta Vigilia de la Inmaculada, que vamos a celebrar, y que viva también muchos años cultivando la historia y la literatura, a gloria de Dios.

                Reciba un afectuoso recuerdo de Sor Cristina de la + de Arteaga




III

Monasterio de Santa Paula

6-III-1983

                Mi distinguido amigo y colega:

                Recibí su nuevo libro sobre Fitero. ¡Cuánto le debe a Ud. ese hermoso rincón del mundo por el que pasaron personajes tan diversos: San Raimundo, Gustavo Adolfo Becquer, Palafox! Este volumen me ha enterado de la vida monástico-militar de S. Raimundo del que sabía muy poco.  Mucho le debió la Historia de España con la fundación de esa esclarecida Orden de Calatrava, que tanto peso tuvo en los combates de la Reconquista.

                Por Becquer he tenido siempre una debilidad, desde mi juventud.  En mi cuarto de estudio tenía un cuadrito con su retrato pintado por Valeriano.  Sus Rimas no han sido superadas. Sus cuentos y leyendas ya sufren más la impronta romántica de su siglo.  Tampoco recordaba sus estancias y simpatía por Fitero.

                ¡Gracias por este 2º regalo, tan instructivo!.  Agradezco sus líneas tan favorables a mis poemas y, a punto de salir para Madrid, y para el Consejo Federal le envío un afectuoso recuerdo.

Sr. Cristina de la Cruz de Arteaga.