domingo, 10 de abril de 2011

Don Juan de Palafox: El navarro más ilustre de la Nueva España

DON JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA,
EL NAVARRO MAS ILUSTRE DE LA NUEVA ESPAÑA
(“Navarros en México”, Logroño, 1990. pp. 7-19.)

Manuel García Sesma

                Lo fue, sin duda alguna, por tres conceptos fundamentales. En primer término, por haber ocupado y desempeñado ejemplarmente los más elevados cargos del país, pues fue Virrey, Capitán General, Gobernador y Visitador General de la Nueva España, Presidente de la Audiencia y de la Cancillería Reales, Juez de Residencia de dos virreyes, Obispo de Puebla de los Angeles y Arzobispo electo de México.

                En segundo lugar, por su talento y su labor de polígrafo, pues fue poeta, historiador, escritor ascético y místico, politólogo, polemista, etc. Sus obras completas ocupan 12 grandes volúmenes en folio y su nombre figura en el Catálogo de Autoridades de la Lengua Española.

                Y en tercer término, por su vida ejemplar de hombre recto, justiciero, desinteresado, generoso, emprendedor, modesto, defensor y protector de los humildes y hasta santo, pues todavía sigue pendiente el proceso de su beatificación, introducido en la Sagrada Congregación de Ritos en 1.698 y suspendido sine die en I.777, por la oposición de los jesuitas; pero no cerrado definitivamente, pues Pío IX autorizó en 1.852 su continuación, en la que se está trabajando en nuestros días.

                D. Juan de Palafox y Mendoza nació en los Baños Viejos (hoy Balneario Virrey Palafox) de la villa de Fitero, provincia de Navarra, a las 8 de la mañana del 24 de junio de 1.600. Fue hijo natural de D. Jaime de Palafox y Rebolledo, más tarde II Marqués de Ariza, y de una dama principal cuya identidad todavía sigue siendo polémica. ¿Fue doña Ana de Casamate (o Casanate) o doña Lucrecia de Mendoza...? Una de las dos. Al parecer,


la madre vino a dar a luz precisamente en los Baños de Fitero, para ocultar su falta, deshacerse del niño, haciéndolo arrojar al río Alhama. Pero lo impidió el bañero de los mismos, Pedro Navarro, quien adoptolo, de acuerdo con su mujer Ana de San Juan, entregándolo para que lo amamantase a su prima María Navarro, mujer de Jerónimo López, la cual estaba criando, a la sazón, a su hijo Cosme, del que había sido padrino el mismo Pedro Navarro. Damos estos detalles porque los mejores biógrafos modernos de Palafox, el mexicano Genaro García y el español Francisco Sánchez‑Castañer, extraviados por el texto de la partida de bautismo de Palafox, que se conserva en el Archivo parroquial de Fitero, afirman que fue Juan Francés, rechazando la versión del P. Antonio González de Rosende, autor de la primera biografía impresa de Palafox, de que el padre adoptivo de éste fuese Pedro Navarro. Pues sí lo fue efectivamente, y la partida de bautismo, más explícita, firmada por Fr. Juan de Alegría y sacada en 1.609, para el Archivo del Marquesado de Ariza, al reconocer D. Jaime a su hijo, así como diferentes fragmentos de cartas familiares de Palafox, sacados a luz por la M. Cristina de la Cruz de Arteaga, no dejan lugar a dudas. Ahora bien, la sibilina frase de la partida de bautismo del Archivo Parroquial de Fitero, "se baptizó un niño a cargo de Juan Francés y Casilda", tiene una explicación sencillísima. Pedro Navarro había sido tutor de Casilda Guerrero, mujer de Juan Francés; como tal, había asentido y asistido a las capitulaciones matrimoniales de ambos, celebradas el 15 de junio de 1.591 y, por lo mismo, tenía una estrecha amistad con el matrimonio. Al nacer Palafox, Pedro Navarro estaba a cargo de los Baños Viejos y como éstos distan cerca de 4 kilómetros de Fitero, estimó lo más cómodo ‑y discreto‑ encargar a Casilda y a su marido que se ocupasen del bautismo del niño y de su inscripción en el Registro Parroquial. Eso es todo ([1]).

                En 1.609 Juanico fue reconocido y legitimado por su padre, quien se lo llevó al castillo solariego de Ariza. Allí acabó sus estudios primarios y, a continuación, realizó los secundarios en dos colegios de Tarazona: el de San Gaudioso y el de los PP. Jesuitas. Posteriormente estudió Filosofía en la Universidad de Huesca, y cánones, en las de Alcalá de Henares y Salamanca, doctorándose en Derecho Canónico en la de Sigüenza. En los colegios de Tarazona, aprendió el latín; su propio padre le enseñó el italiano; el sacerdote Pedro Juan Trilles lo inició en el griego; y el joven orleanés, Francisco d'Anglada, en el francés.

                A los 20 años, su padre le confirió la tutoría de su primer hijo legítimo, el futuro III Marqués de Ariza; y al morir aquel en 1.625, Palafox quedó nombrado testamentariamente tutor, curador y administrador de los hijos y de los bienes del difunto.

                En calidad de representante del Marquesado de Ariza, Palafox asistió a las Cortes de Monzón, reunidas por Felipe IV en 1.626, para pedir subsidios a Aragón. Su intervención en ellas llamó la atención del Conde de Monterrey que las presidía, así como del omnipotente valido, el famoso Conde‑Duque de Olivares, y el 9 de noviembre del mismo año, Palafox fue nombrado Fiscal del Consejo de Guerra; y sus medio‑hermanos, el Marqués niño y su hermana Doña Lucrecia, menino y dama respectivamente de la Reina, Doña Isabel de Borbón.

                Llevado de su fervor religioso y cumpliendo los deseos que había manifestado en vida su padre, Pedro Jaime, quien había hecho ordenar a su hijo de menores, cuando tenía 12 años, por el Obispo de Tarazona, Fr. Diego de Yepes, Palafox abrazó definitivamente el estado eclesiástico en 1.629, siendo ordenado de subdiácono y diácono, el 10 de marzo, en la iglesia de las Jerónimas Descalzas de Madrid, por el Patriarca de las Indias, D. Alonso Pérez de Guzmán; y de presbítero, en la primavera del mismo año, por el Obispo de Plasencia y Gobernador del Arzobispado de Toledo, D. Francisco de Mendoza. El 25 de octubre del mismo año, Palafox pasó a petición suya, de la Fiscalía del Consejo de Guerra, cargo poco apropiado para un clérigo, a la Fiscalía del Consejo de Indias. El 25 de diciembre del mismo año, Felipe IV nombró a Palafox Capellán Mayor y Limosnero de su hermana, la Infanta Doña María de Austria, la cual, casada ya por poderes, iba a reunirse, en Viena, con su esposo, el entonces Rey de Bohemia y Hungría y después, Emperador de Alemania, Fernando III. Palafox debía formar parte de la comitiva y, con tal motivo, se le confirió el título ad honorem de Miembro del Consejo de S.M., mientras durase el viaje, y fue encargado de redactar la crónica del acontecimiento. Esta crónica, que se creía perdida, fue publicada en Madrid, en 1.935, con el título de "Diario de viaje a Alemania", por Cristina de Arteaga. El viaje, emprendido a finales de 1.629, duró 21 meses, durante los cuales Palafox visitó Francia, Austria, Hungría, Bohemia, Suecia y otros Estados europeos. Regresó a España, en el otoño de 1.631, e inmediatamente se reintegró a sus funciones de Fiscal del Consejo de Indias. El 14 de julio de 1.633, dejó este cargo y pasó a ocupar una plaza superior dentro del mismo Consejo: la de Consejero o Ministro de Indias, llegando a ser, durante algunos años, el Decano de dicha corporación.

                La actividad desarrollada por Palafox en sus cargos de Fiscal de Guerra y Fiscal de Indias, fue notable, pues procuró que se agilizase la tramitación y resolución de todos los asuntos pendientes, impuso el orden y la puntualidad en las oficinas, podó la burocracia innecesaria, se afanó por cortar los fraudes a la Real Hacienda en las aduanas de los puertos, por descubrir las trampas en las represalias de navíos de la Liga Anseática y, en fin, de enderezar, en lo que pudo, los innumerables entuertos que viciaban la administración de las colonias americanas.

                En vista de sus eminentes cualidades, Felipe IV propuso a Palafox para Obispo de la Puebla de los Angeles, dilatada diócesis de la Nueva España y, con tal motivo, el 27 de diciembre de 1.639, recibió la consagración episcopal, en la iglesia de San Bernardo de Madrid, de manos del Cardenal Arzobispo de Santiago, Don Agustín Espínola, actuando de Obispos asistentes, el de Yucatán, D. Juan Alonso de Ocón, y el de Venezuela, Fr. Mauro de Tovar. Palafox fue el IX Obispo de Angelópolis (Puebla).

                Don Juan se embarcó para México, con el nuevo Virrey, D. Diego López Pacheco, Duque de Escalona, en el Puerto de Santa María, el 8 de abril de 1.640, y ambos llegaron a Veracruz, al cabo de 78 días de navegación, algo azarosa, pues para empezar, tuvieron que regresar al puerto de salida, a causa de un fuerte temporal, volviendo a embarcar el 21 de abril, y para terminar, el calor excesivo de Yucatán produjo numerosos enfermos en la flota.

                Por fin desembarcaron el 24 de junio del mismo año; es decir, el día en que Palafox cumplía 40 años. Cuatro días después, o sea, el 28 de junio, Palafox tomó posesión, por poderes, de la diócesis angelopolitana, haciéndolo en su nombre, el chantre de la Catedral de Puebla D. Antonio de Salazar; pero no entró en la capital de su obispado hasta el 22 de julio siguiente, día de Santa María Magdalena.

                Como Palafox venía asimismo investido de los cargos de Visitador General de los Tribunales y de Juez de Residencia de los dos Virreyes anteriores, los Marqueses de Cerralbo y de Cadereyta, salió ya a la capital del Virreinato, en compañía del Duque de Escalona, el 5 de agosto siguiente, llegando ambos a Chapultepec, el 12 del mismo mes. Palafox se detuvo algunos meses en la capital y, a continuación, marchó a Puebla, para hacerse cargo personalmente de su diócesis. Pero apenas si permaneció un año y medio en ella, porque, habiéndose hecho sospechoso a la Corte de Madrid El Duque de Escalona, por su parentesco cercano con el Duque de Braganza, el cual había independizado recientemente a Portugal de España, fue destituido de sus cargos, Cédula Real del 8 de febrero de 1.642, siendo nombrado sucesor suyo Palafox y Mendoza. Así pues, en virtud de tal Cédula, Don Juan quedó convertido en el XV Virrey de Nueva España, Gobernador y Capitán General de la misma,  Presidente de la Real Audiencia de México. Por si fuera poco, al día siguiente de nombrado Virrey Felipe IV presentó a Palafox para el Arzobispado de México, por lo que figura hoy en la cripta de la Catedral Metropolitana de esta ciudad, con el nº XI en la capilla de los Arzobispos.

                Palafox tomó posesión solemne del Virreinato y de sus nuevos cargos, el  9 de junio de 1. 642; pero sólo los aceptó interinamente, según consta en un Memorial que dirigió a Felipe IV, el 13 de septiembre de 1.643, para defenderse de ciertas especies calumniosas del depuesto Duque de Escalona. Así pues, sólo gobernó, como Virrey, la Nueva España hasta el 23 de noviembre de 1.642, en que vino a reemplazarlo el Conde de Salvatierra; y sólo estuvo al frente del Arzobispado de México, hasta el 19 de marzo de 1.643, en que renunció a su administración. El mismo Palafox consagró a su sucesor en esta iglesia metropolitana, D. Juan de Manozca y Zamora, el 24 de febrero de 1645.

                Palafox había ya regresado de su diócesis de Puebla, desde finales de 1.642, conservando de sus anteriores cargos civiles únicamente el de Visitador General de los Tribunales. Y allí continuó, rigiendo la diócesis angelopolitana, hasta el 6 de mayo de 1.649, en que llamado a España por el Rey Felipe IV, se dirigió al puerto de Veracruz, de donde zarpó el 10 de junio siguiente. Ya no volvió nunca a México.
   
                Así pues, su estancia en la Nueva España, sólo duró nueve años: espacio de tiempo apenas creíble para la labor extraordinaria que desarrolló allí y que vamos a resumir, fijándonos en sus diferentes cargos y actividades.

                Por lo que hace a su labor político‑administrativa, adelantemos, antes de nada, que Palafox fue el único Virrey que gobernó sin salario, según el testimonio del cronista real, contemporáneo suyo, Gil González Dávila, corroborado por el P. Andrés Cavo, quien afirma que no recibió "ni un real de las rentas de Virrey y Visitador" ([2]).
   
                Como Virrey  y  Gobernador, concluyó con las Principales comisiones de D. Pedro de Quiroga y negocios de Acapulco, que en tanta atención pusieron al Consejo de Indias.

                Al hacerse cargo del mando, encontró vacías las Cajas Reales, pues su antecesor, el Duque de Osuna, había tomado de ellas 60.000 pesos de salarios adelantados y pedido a particulares 300.000, en calidad de préstamo. Pues bien, en menos de seis meses, Palafox, sin imponer nuevos tributos, ingresó en dichas Cajas 700.000 pesos.

Cortó los escandalosos abusos de los Alcaldes Mayores y de los Doctrineros, haciéndoles rebajar más de la mitad los precios excesivos de los géneros que vendían y repartían a los pobres, españoles e indios, haciéndoles saber que no consentiría que se enriqueciesen con la sangre y el sudor de éstos.

A la sazón, los ricos acaparaban el agua de uso común en sus jardines y dejaban secos y estériles los pequeños campos de los pobres. Entonces Palafox dispuso que aquella agua volviese a los acueductos y aprovechara a todos. Incluso ordenó una visita de ojos al nacimiento de agua que iba desde Santa Fe a la ciudad de México, para impedir que se atajara su curso, en usos personales.

Las granujerías de los favoritos del Duque de Escalona habían hecho encarecer tanto el maíz, base hoy todavía de la alimentación del pueblo mexicano, que en la Alhóndiga no existía un solo grano. Palafox la llenó prontamente en beneficio de los humildes. Limpió de salteadores y bandoleros el país, que estaba infestado de ellos, y estableció en la capital, como había hecho ya en Puebla, una "Magdalena" o casa de recogimiento, con sus departamentos respectivos, "para mujeres distraídas y escandalosas y algunas otras que se apartaban de sus maridos".

Por supuesto, tomó, otras medidas que sería largo enumerar y que lo acreditaron de excelente Virrey y Gobernador.

Como Capitán General, socorrió la plaza de La Habana, bloqueada por escuadras enemigas, enviándole un navío, cargado de municiones, y 20.000 pesos; obtuvo, en calidad de donación, de 12 vecinos principales de la ciudad de México, los fondos necesarios para organizar otras tantas compañías militares y repeler con ellas cualquier invasión extranjera; construyó una Armería en el Palacio Virreinal, dotándola de suficiente armamento y municiones, a fin de que pudiese servir en cualquier emergencia; y finalmente, apartó de Veracruz y de 20 leguas de su costa a los portugueses, conforme a una resolución mandada por la Corona española, hacía 20 años y nunca cumplida, hasta que la llevó a cabo Palafox.

Como Presidente de la Audiencia y Cancillería Reales y Visitador de las mismas, hizo una limpieza tremenda en los tribunales, pues la justicia andaba entonces por los suelos. Varios Ministros de la Real Audiencia se hallaban desterrados, merced a acusaciones de testigos falsos, habiendo sido  sustituídos por otros prevaricadores; el cohecho era moneda corriente entre los funcionarios y había numerosas demandas y causas que se hallaban bloqueadas, desde hacía 15 y hasta 20 años. Palafox recibió la sumaria de todos los Ministros de la Audiencia, superiores e inferiores; repuso a los inocentes, suspendió o condenó a los culpables e hizo substanciar en el Tribunal de la Visita General y despachar tan gran número de pleitos que es fama que, si hubiese durado en el mando unos meses más, los Relatores se habrían quedado desocupados. Además hizo ordenanzas apropiadas para todos los Tribunales de Virreinato.

                Como Juez de Residencia de los dos Virreyes anteriores a su destituido predecesor, acabó la del Marqués de Cerralbo, que se hallaba muy en sus comienzos; y substanció, concluyó y sentenció la de Marqués de Cadereyta: cosa nunca vista por la celeridad con que lo hizo, pues en cada uno de estos juicios, se tardaba de ordinario dos o tres años. Palafox lo hizo en unos meses.
    
                Finalmente como Visitador General, además de la visita de la Audiencia concluyó las del Consulado, de la Casa de la Moneda y de la Universidad. Merece especial mención la de la Universidad de México, a la que dio constituciones propias, el 28 de septiembre de 1.645, las cuales fueron aprobadas por el claustro de catedráticos, el 14 de octubre siguiente. Por lo mismo, al celebrarse en 1.953, el cuarto centenario de su fundación, la Universidad de México no olvidó a su antiguo legislador, honrándolo como se merecía. Para entonces, ya se había ocupado de él en dos importantes volúmenes de la Biblioteca del Estudiante Universitario: el nº 43, titulado "Poetas Novohispanos" por Alfonso Méndez Plancarte (1.944), en el que se hace un entusiasta estudio de la obra poética de Palafox; y el nº 64, titulado "Ideas políticas de Don Juan de Palafox Mendoza “por José Rojas Garcidueñas (1.946) en el que se compara a Palafox con tratadistas como el P. Mariana, Francisco de Quevedo y Saavedra Fajardo.

                Por lo demás, su obra legislativa fue enorme, pues, como afirma Genaro García, "compiló, clasificó y concordó las ordenanzas del Gobierno, Real Audiencia, Oficiales Reales, Contaduría, Tributos, Alcabalas, Indios, Labranza, Crianza, Minas y Juzgado de Bienes de Difuntos, que estaban en la mayor confusión y muchas en pugna con diversas Cédulas Reales ([3]).

                Por lo que se refiere a la actividad religiosa de Palafox, fue tan intensa como la política y administrativa, aunque menos extensa, por haberse circunscrito principalmente a su diócesis de Puebla. El área de esta diócesis era enorme, pues, aunque a mediados del siglo XVI, reducida por la erección de la de Yucatán, todavía en la época de Palafox, comprendía alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados, muy mal comunicados entre sí. Pues bien, Palafox visitó toda, en tres etapas (1.643, 1.644 y 1646), llegando, en mula o a pie, a pueblos y montañas, que no habían visto nunca a un obispo. Durante ellas, confirmó a más de 160.000 almas, “volviendo empeñado en donde otros obispos solían volver bien socorridos”.

                En realidad, el obispo era rico, pues solo en el Valle de Atlixco, tenía 500 haciendas diézmales, y en toda la diócesis, cerca de 3.000. E1 mismo Obispo gozaba de una asignación anual de 60.000 pesos. Pero, en cambio, la mayoría de los diocesanos vivían en la miseria y en vano Palafox se afanaba por socorrerlos, pues las caridades que hacía de continuo, acabaron por agotar cuantos recursos poseía. Ya en 1.645, estaba endeudado en 140.000 pesos; y al volver a España, se llevó una deuda personal enorme, que siguió pagando religiosamente desde Osma, hasta dejarla cubierta. Un día manifestó: "Es tanta el ansia que tengo de socorrer las necesidades de mis súbditos que, después de haberles dado más de lo que tengo, me he resuelto a socorrerlos también con las misas que digo, pues ya no me queda más que darles".

                Pero su ejemplo no era seguido ni mucho menos por los demás clérigos, seculares y regulares, pues los cabildos, por ejemplo, solían tener mucho tiempo vacantes las prebendas y canonjías, para repartirse entre ellos las asignaciones de las mismas. Y los abusos de los frailes todavía eran mayores, informando Palafox a su sucesor en el Virreinato, el Conde de Salvatierra, que "frecuentemente llevaban por un entierro a un español 500 ó 600 pesos, que no valía tanto su caudal; y si era indio, le vendían para misas los bueyes y sus pobres alhajas, con que granjeaban la plata que bastaba para la ruina de los indios y la relajación de las religiones".

                Naturalmente Palafox no podía tolerar tamaños abusos y decidió cortar por lo sano. Hacía más de 70 años que los religiosos de las diferentes Ordenes poseían arbitrariamente los curatos y doctrinas (parroquias rurales) en casi todos los pueblos de la Nueva España, pese a que el Concilio de Trento y diferentes Cédulas Reales de Felipe II, III y IV habían prescrito que, donde hubiese clérigos seculares idóneos, se proveyesen en ellos las parroquias y doctrinas, prefiriéndolos a los frailes. Por otra parte, el mismo Concilio y los citados Monarcas habían dispuesto que los religiosos que tuviesen cura de almas, quedasen sujetos, en las cosas concernientes a este cargo, a la jurisdicción, visita y corrección de los Obispos. Y más todavía: que ningún religioso entrase a ejercer oficio de cura ni de doctrinero, sin ser primero examinado y aprobado por los Prelados diocesanos. Pues bien, los religiosos de México obraban a su antojo, y sin hacer ningún caso de todas las disposiciones canónicas ni reales, y menos todavía, de los Obispos. Pero Palafox los obligó a cumplirlas en su diócesis. Primeramente los amonestó en privado, a fin de que se rindieran a la jurisdicción episcopal, en lo tocante a los curatos. A continuación, dio un plazo de tres días a los renuentes, para ponerse en regla; y por fin, se les quitó sin contemplaciones a los que no quisieron obedecerle. De manera que lo que no se habían atrevido a hacer sus predecesores en 70 años, lo llevó a cabo Palafox en tres días.

                Por supuesto, no fue la normalización de los curatos la única medida que tomó en el terreno eclesiástico, pues reformó las ceremonias religiosas; estableció las prácticas doctrinales en los días festivos y ferias de Cuaresma y de Adviento; estableció una escuela especial de Canto para los oficios divinos; introdujo la mayor economía en los gastos eclesiásticos, depurando y arreglando la Contaduría Eclesiástica; examinó y corrigió las ordenanzas de las Congregaciones; impuso el uso del Manual de Paulo V, para la administración de los sacramentos, etc.

                Ahora bien, lo más sobresaliente, en este aspecto, fue la fundación y reparación de templos y colegios. En una carta dirigida al P Horacio Caroche S. J., en 1.647, declaraba Palafox que, por su orden, se habían levantado "más de 50 iglesias, desde sus cimientos" y se habían hecho "más de 140 retablos" ([4]). Entre aquéllas, merecen una mención especial la de San Miguel Arcángel, en el actual Estado de Tlaxcala, y la catedral de Puebla. La de San Miguel fue primitivamente una humilde ermita del pueblo de San Bernabé, hoy barrio de Santa María Nativitas, que gozaba de gran devoción en la comarca. Palafox mandó derribarla, construyendo en su solar un suntuoso templo.


                La catedral de Puebla había sido comenzada en 1.536 por el Obispo Fr. Julián Garcés; recomenzada, para hacerla mayor, en 1.558 y suspendidos sus trabajos, en 1.575. Cuando llegó Palafox, los pilares sólo se elevaban hasta la mitad de su altura y los muros no llegaban todavía a las cornisas. Juzgábase imposible concluirla y estaba en el estado más lamentable. Palafox, el mismo día que tomó posesión de la diócesis, visitó aquella fábrica sucia y abandonada y al punto ordenó que se limpiase y que se continuase. Para ello dio en el acto 15.000 pesos, apelando a sus diocesanos, para que contribuyesen asimismo a su terminación, con sus donativos. Ya no se suspendieron las obras, aunque, a veces, Palafox  se vio en tales aprietos que llegó a ofrecer un día, al faltar ladrillos en la ciudad, los de su propia casa. Y por fin, la concluyó, consagrándola el 18 de abril de 1.649. Así pues, lo que no habían conseguido sus predecesores en más de 100 años, lo realizó Palafox en menos de nueve.

                Es una de las catedrales más notables y artísticas de la República. Algo menos grandiosa que la Metropolitana de México, la sobrepasa, en cambio, en elegancia y esbeltez. Su traza debióse al aragonés, Mosén Pedro García Ferrer, íntimo amigo de Palafox, e intervinieron en su erección los mejores arquitectos, pintores, escultores, decoradores, etc., que había, a la sazón, en la Nueva España. Otras construcciones importantes de nuestro obispo fueron las casas episcopales, levantadas a espaldas de la catedral, pues la Mitra carecía de palacio propio. Son de estilo barroco poblano, a base de ladrillo de color y de porcelana, y datan de 1.643.

                Asimismo se debe a Palafox la construcción de los Colegios de S. Pedro y  de S. Pablo, a los que dotó además con 12.000 pesos de renta. Ambos, con el de S. Juan Evangelista que ya existía y que reorganizó, formaron tres seminarios escalonados. En el de S. Pedro, los alumnos aprendían canto, latín y retórica; en el de S. Juan, estudiaban filosofía y teología; y por fin, previa oposición, ingresaban en el de S. Pablo, donde cursaban teología mística, moral, liturgia y lengua mexicana (Náhuatl)  ([5]) con lo que quedaban perfectamente preparados para ser Curas Párrocos. Por supuesto a todos ellos dictó Palafox los estatutos correspondientes, poniendo un énfasis especial en el aprendizaje de alguna de las lenguas indígenas que se hablaban en su diócesis; a saber, el otomí, el mixteca, el Náhuatl, el totonaca, el chocha, el tlapaneca y el popolaca. A ellas hizo traducir diversos catecismos para los indígenas, compuestos por el franciscano, Fr. Tomás de San Juan, imprimiéndolos y repartiéndolos a los párrocos y maestros de escuela.

                Recuerda esta magnífica labor educadora una gran lápida de mármol con letras de oro, colocada en el antiguo Colegio de S. Pedro, dedicado hoy a dependencias administrativas del Estado de Puebla, la cual dice así:

                "E1 venerable Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla construyó esta casa, el año 1.648, dedicándola al Colegio de San Pedro, donde, por primera vez, sentáronse los hijos de los indios con los hijos de los españoles, aprendiendo juntos las ciencias de la época, el idioma español y las lenguas indígenas, y siendo admitidos a la oposición de cátedras y beneficios. E1 mismo Palafox, educador eminente de Puebla y protector incansable de los indios, asistía, como alumno humilde a las clases de idioma mexicano. A la memoria de tan insigne benefactor. E1 Gobierno del Estado, 22 de junio de 1.941".



                Por escritura pública del 5 de septiembre de 1.646, Palafox donó a dichos colegios su biblioteca particular, con "más de 6.000 cuerpos de libros de todas ciencias y facultades", la cual se conserva todavía, con el nombre de Biblioteca Palafoxiana.

                En fin, otras fundaciones de Palafox fueron el Colegio de Vírgenes, para el recogimiento y educación de doncellas pobres y honestas, inaugurado el 28 de junio de 1.643; el convento de religiosas dominicas de Santa Inés de Monte Policiano; el Hospital de San Pedro; la Magdalena o casa de recogimiento de mujeres descarriadas, etc.

                En lo referente a la actividad literaria de Palafox, se puede afirmar sin exageración que fue portentosa; sobre todo, teniendo en cuenta las circunstancias en las que la realizó. La Sagrada Congregación de Ritos llegó a aprobar, en diciembre de 1.760, hasta 565 escritos de Palafox. ¿De dónde sacó el tiempo para escribir tanto, abrumado como andaba siempre por otras actividades...? Su estilo es barroco, como el de su época, pero sin exceso, habiendo cultivado los más diversos géneros, tanto en prosa como en verso. Entre sus obras las hay históricas, como "Sitio y socorro de Fuenterrabía" e "Historia de la conquista de China por el tártaro"; místicas, como "Varón de deseos", en prosa, y "Poesías espirituales", en verso; administrativas como las "Constituciones para la Contaduría de la Catedral de Puebla" y la "Instrucción de la forma que han de tener en la administración de las trojes y semillas los nuevos administradores"; políticas, como "Historia Real Sagrada" y "Dictámenes morales y políticos"; devocionales, como el "Año espiritual" y "Lágrimas o gemidos del corazón"; biográficas, como la Vida de la Infanta Sor Margarita de la Cruz" y la autobiografía del propio Palafox, titulada "Vida interior"; ascéticas, como "E1 Pastor de Nochebuena", en prosa, y "Bocados espirituales", en verso; exegéticas, como la "Semana Santa: injusticias que intervinieron en la muerte de Cristo" y "Excelencias de San Pedro"; polémicas, como la "Defensa canónica por la dignidad episcopal de Puebla" y "Satisfacción al Memorial jesuístico", pastorales, como las dirigidas "Al clero de Puebla" y "Al clero de Osma"; estatutarias, como las "Constituciones de la Universidad de México" y las "Constituciones de la Congregación de San Pedro en Puebla"; epistolares, como las Epístolas al Papa Inocencio X; y hasta un pequeño "Tratado de Ortografía".

                No todas sus obras fueron escritas y publicadas en México; pero sí la mayoría y las mejores. La Biblioteca de Autores Españoles dedicó en 1.968 sus volúmenes CCXVII y CCXVIII a la publicación de 23 de los "Tratados Mexicanos de Juan de Palafox y Mendoza", seleccionados y precedidos de un extenso y documentado "Estudio Preliminar" de 184 páginas, por el eminente palafoxiano, D. Francisco Sánchez‑Castañer, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid. Por supuesto, en estos volúmenes se recogen las obras americanas más importantes de Palafox: Varón de deseos; Historia Real Sagrada, Sobre la naturaleza y virtudes del Indio, EI Pastor de Nochebuena, el Informe al Virrey Salvatierra, la primera Epístola al Pontífice Inocencio X, el Memorial a Felipe IV en contestación al del Duque de Escalona, etc.

                Pese a sus altos cargos y honores, la vida de Palafox no se deslizó tranquila y felizmente, como pudiera pensar algún lector, sino todo lo contrario. Su carácter entero y rectilíneo, que le llevó a enfrentarse al mismo Rey Felipe IV, con el Memorial del 29 de agosto de 1.656, en defensa de la inmunidad eclesiástica, así como sus tendencias reformistas y su defensa de los humildes contra las vejaciones de los poderosos, tenían que chocar con los eternos intereses creados y los innumerables abusos de su época, y naturalmente chocaron muchas veces, acarreándole disgustos y persecuciones sin cuento. E1 más famoso de estos sinsabores fue el ruidoso pleito que, durante seis años, hubo de sostener con los PP Jesuitas de su diócesis mexicana, renuentes a acatar su autoridad, así como las disposiciones del Concilio de Trento y del III Concilio Mexicano, sobre diezmos y licencias eclesiásticas. Es cierto, que al final, le dieron completamente la razón el Papa Inocencio X, el Rey Felipe IV, el mismo General de la Compañía de Jesús, P. Vincencio Caraffa y posteriormente la Historia, que es la que dice siempre la última palabra. Pero entretanto, Palafox hubo de soportar la más innoble y brutal persecución. Calumniado y difamado en libelos anónimos, y ultrajado y escarnecido en ignominiosas mascaradas, hasta llegó a ser excomulgado anticanónicamente por sus enemigos y depuesto de su sede episcopal. Y para evitar una matanza entre sus diocesanos, se vio obligado a huir a la serranía de Puebla, por la que anduvo errando y escondiéndose, como si fuera un facineroso, durante cerca de cinco meses. Hasta que el Virrey, Conde de Salvatierra, fautor de aquel inicuo escándalo, fue destituido de su cargo por Felipe IV y Palafox pudo regresar triunfalmente a Puebla, entre las aclamaciones y el alborozo de sus diocesanos (10 de noviembre de 1.647) En junio del mismo año, días antes de su fuga, incluso se tramó un negro complot, para asesinarlo a puñaladas, en plena calle, durante la procesión del Corpus Christi, mientras llevase el Santísimo Sacramento bajo el palio; pero el sujeto alquilado para cometer tan sacrílego como artero crimen, se arrepintió a última hora. Afortunadamente, "lo libró Dios del peligro ", como dice el mismo Palafox en su "Vida interior", aludiendo a este episodio.

Esta triste y escandalosa historia fue la causa de que Palafox fuese llamado a la Corte de Madrid, en marzo de 1.650. Allí permaneció, bien a pesar suyo, durante cuatro años, y en vano pidió al Rey y a la Reina que se le permitiese volver a su diócesis poblana, a cuya mitra no había renunciado, pues no se atendieron sus súplicas. Sus enemigos, que eran muchos en aquella Corte corrompida, procuraron abatirlo. Y eso, a pesar de que el juicio de Residencia a que se le sometió, le resultó completamente favorable y honroso, sentenciando que había sido un "bueno, limpio y recto Ministro y celoso del servicio de Dios y del Rey, Nuestro Señor, y merecedor de que S.M. le premie los servicios que le ha dado en el uso y ejercicio de dichos cargos". Pero el calamitoso Felipe IV, en vez de premiarlo, empezó por quitarle la plaza que ostentaba en el Consejo Real de Indias, dándole, a cambio, otra en el Consejo Supremo de Aragón, que era de menor categoría; y acabó por despojarlo del obispado de Puebla, para enviarlo a uno de los más pobres de España: el de Burgo de Osma. Presentado para éste por el Rey, el 23 de junio de 1.653, el Papa Inocencio X le extendió el nombramiento correspondiente, el 24 de noviembre del mismo año, y Palafox hizo su entrada solemne en Osma, el 7 de marzo de 1.654. Gobernó su nueva diócesis hasta el 1 de octubre de 1.659, en que falleció como un santo, víctima de unas fiebres malignas. Está inhumado actualmente en la capilla de la Inmaculada Concepción de la catedral de Osma: capilla erigida para él, durante el proceso fallido de su beatificación, y a cuyas obras contribuyó Carlos III, con un donativo particular de mil doblones de oro. Sin embargo, la catedral de Puebla conserva todavía, en el trascoro, la sencilla tumba que se había hecho construir en vida Palafox, con su epitafio en latín.

                En los seis años escasos que duró su prematura osmense Palafox continuó, como en México, su actividad de celoso obispo, de fecundo escritor y de riguroso asceta. Pero los detalles de esta última etapa de su vida ya no corresponden a este estudio, remitiendo al lector curioso a las grandes biografías de D. Genaro García, de D. Francisco Sánchez‑Castañer y sobre todo, de Sor Cristina de la Cruz de Arteaga, publicada póstumamente en Sevilla, en 1.985, con el título de "Una Mitra sobre dos mundos; la del Venerable, Don Juan de Palafox y Mendoz




([1])  La partida de bautismo del Archivo Parroquial de Fitero se encuentra en el Libro II de Bautizados, Confirmados y Casados, desde 1 584 hasta 1. 623, f . 66 v.;  y  la partida, del Archivo de Ariza, así como los fragmentos de cartas familiares de Palafox, relativos a su padre adoptivo, Pedro Navarro, aparecen transcritos en "La personalidad humana de Don Juan de Palafox y Mendoza, a través de sus relaciones familiares”: conferencia recogida con todos los demás discursos, pronunciados en la Semana de Estudios Palafoxianos, celebrada en Osma, en agosto de 1.976, en un volumen titulado "El Venerable Obispo Juan de Palafox y Mendoza", pp. 40, 41, 57 y 63 ‑Madrid, Closas‑ Orcoyen, 1.977. Dicha conferencia fue pronunciada por la M. Cristina de 1a  Cruz de Arteaga, la cual es también autora de una sucinta biografía de Palafox, publicada en Sevilla, en 1.959, con motivo del tercer centenario de la muerte de Palafox. Las otras biografías aludidas son: "Vida del Ilmo Excmo. Sr. D. Juan de Palafox y Mendoza" por el P. Antonio González de Rosende Madrid, Lucas de Bedmar, 1.671; "Don Juan de Palafox y Mendoza” por Genaro García, México, Bouret, 1.918 y "Don Juan de Palafox Virrey de Nueva España” por  Francisco Sánchez‑Castañer, Zaragoza, Impr. Prov. Zaragozana 1.964. Este último es también autor del folleto “La madre del Virrey de Nueva España, Juan de Palafox y Mendoza”, Sevilla, 1975.

([2]) Citados por Genaro García, Ob.cit., p. 118.
([3]) Obr. Cit., pp. 116-117.
([4]) Palafox, Obras completas, v. XI, p. 199.
([5]) Ver, sobre esta lengua mexicana, el estudio de Manuel García Sesma en la parte final de este trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario